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El Hotel, por Carmen Gómez Barceló.

Le había costado más trabajo de lo habitual atrapar a esta fierecilla. Su pelo rojo se enredaba cada vez más con el picaporte del furgón cuando él intentaba introducirla en la parte posterior del vehículo.

La niña no podía gritar. El doctor sabía que con una pelota de golf en su pequeña boca le sería imposible generar sonido alguno.
-Es perfecta para la 321- pensó.
Prosiguió su marcha por aquellos caminos perdidos entre la maleza de los bosques gallegos. La abundante vegetación  invadía constantemente el sendero que tenía que atravesar para llegar a su guarida: El Hotel.
Mientras llegaba a su destino miró detrás de su asiento y pudo ver los ojos de terror de aquella niña. Le pareció razonable esa reacción y continuó conduciendo con tranquilidad. Su preocupación se centraba en el vestido. Si, se preguntaba si le iba a quedar algo grande o no, ya que la anterior inquilina de la 321 era mayor que esta.
Transcurrieron varias horas hasta que llegaron al lugar. Una vez allí, abrió la puerta trasera y cogió a la niña del brazo. No tuvo en cuenta las patadas ni los arañazos que esta  le propinaba intentando desligarse de su  elegante pero firme mano y la arrastró hasta la puerta del antro.
El aspecto tétrico del edificio asustó aún más a la pequeña .Tenía la forma de una gran caja cuadrada de piedra grisácea y sucia cuyo único adorno era una hilera de ventanucos perfectamente alineados por toda la parte alta del caserón . Estaba tan mimetizado con el paisaje que difícilmente alguien que no conociera su existencia podría encontrarlo.
Entraron en la casona y…todo era diferente. Estaban todas las paredes pintadas de un blanco impecable, por lo que resaltaba aún más  los diferentes colores de las puertas. Estas estaban dispuestas en torno a un gran salón central . El rosa, el morado , el azul, el verde etc. le  conferían un aire de cuento de hadas. La niña que debía tener en torno a seis años más o menos estaba bastante confundida.
-¿Qué es esto? ¿Para qué me has traído aquí? Preguntó.
-Ponte esta caperuza roja y entra en esta habitación, la de la puerta roja. Es la tuya.
Cuando la niña entró en la estancia pudo observar una cama donde dormitaba una anciana o por lo menos era lo que parecía. Había también una mesa que servía de soporte a un cesto que contenía una botella de leche, algunas galletas  y  una  jarra con miel.
-¿Quién es esta señora?
-Es tu abuelita. ¿Recuerdas?
-No señor esta mujer no es mi abuela, déjeme salir. Quiero ir a casa. Mi mamá estará preocupada.
El hombre cerró la puerta sin mediar palabra y empezó a visitar una a una las demás habitaciones. Cada vez que abría una se oían lamentos y gemidos infantiles.
-Hola princesa Aurora, ya sabes que soy tu príncipe y que pronto vendré a verte. Hola Blancanieves, no  me enfades o tendré que darte la manzana envenenada y no me gustaría hacerlo. Hola Rapunzel, ya sé que duele que te tiren del pelo tan precioso que tienes, pero es que no te portas bien. Ayer me mordiste.
Así les hablaba a cada una de las niñas que él había capturado para poder disfrutar en vivo los cuentos que su madre le contaba con tanto cariño a su hermana pequeña, ignorándolo a él totalmente. Aún le dolía el alma por esto
De pronto, una mujer abrió la puerta de entrada bruscamente. ¿Dónde está mi hija? Gritó dirigiéndose  al hombre.
-Perdona buena mujer, pero aquí no está tu hija ni la de nadie. Aquí solo están mis princesas . Además ¿Cómo has encontrado mi hotel, El Hotel de Los cuentos de princesas?
Mi hija lleva una pulsera con GPS incorporado. La policía está ahí fuera. Me temo que tendrás que cerrar tu bonito hotel imbécil.
Las niñas fueron saliendo una a una del cautiverio al que habían sido sometidas.

A un lado de la casa se encontraba un lobo negro esperando su turno para entrar en escena. 
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