Ya no miro en las iglesias
las reliquias de la sangre coagulada.
Ya no voy a los museos a contemplar
las lápidas de lo sublime,
aborrezco las estatuas
donde yace gélido el equilibrio de las formas
y pisoteo las escenas de las postales
saturadas en colores
Me espanta seguir a un guía que deshilvana
Su abominable versión de lo sucedido
Y regurgita su anecdotario histórico
Un millón de veces repetido.
Porque ahora voy a las calles agrietadas
Donde la vida se respira honda y puede sentirse
Bajo los pies, el suave choque de placas tectónicas.
Paseo por calles estrechas
Cosidas por tendederos donde, el erizo y su señora,
Cuelgan su ropa raída por el desgaste del tiempo
Y por su inacabable intercambio de púas.
Ahora amo los mercadillos ajenos a los días de fiesta
Donde el tumulto danza en una confusión babélica
Prendida en corrientes de aire que se encienden
de perfumes naturales pero también de miasmas
de sudor y de exabruptos
Es grato ver cómo el pícaro engaña al menos avisado
Y como el honesto caballero paga, sin regatear,
lo que cree justo
Me gusta el empedrado húmedo lleno de colillas
y del tallo verdísimo de los claveles cortados.
Ahora ya no voy a merendar
Sobre el verde césped de Hyde Park
Ya enterré mi cámara de fotos
Y no acumulo pruebas de los lugares en que estuve
He asesinado a todos los guías
Y he prendido en llamas las tiendas de recuerdos
Ahora me paseo por calles agrietadas
Donde, con un poco de suerte,
Puedes ver, a la vuelta de la esquina,
Surgir a un loco que grita espantado
Mientras se arranca la ropa a jirones.