La caída de la Torre Eiffel, por Carlos J. Fernández.



Ya no miro en las iglesias
 las reliquias de la sangre coagulada.
Ya no voy a los museos a contemplar
 las lápidas de lo sublime,
 aborrezco las estatuas
donde yace gélido el equilibrio de las formas
y pisoteo las escenas de las postales
saturadas en colores

 Me espanta seguir a un guía que deshilvana
Su abominable versión de lo sucedido
Y regurgita su anecdotario histórico
Un millón de veces repetido.

Porque ahora voy a las calles agrietadas
Donde la vida se respira honda y puede sentirse
Bajo los pies, el suave choque  de placas tectónicas.

Paseo por calles estrechas
Cosidas por tendederos donde, el erizo y su señora,
Cuelgan su ropa raída por el desgaste del tiempo
Y por su inacabable intercambio de púas.

Ahora amo los mercadillos ajenos  a los días de fiesta
Donde el tumulto danza en una confusión babélica
Prendida en corrientes de aire que se encienden
de perfumes naturales pero también de miasmas
de sudor y de exabruptos

Es grato ver cómo el pícaro engaña al menos avisado
Y  como el  honesto caballero paga, sin regatear,
lo que cree justo
Me gusta el empedrado húmedo lleno de colillas
y del tallo verdísimo de los claveles cortados.

Ahora ya no voy a merendar
Sobre el verde césped de Hyde Park
Ya enterré mi cámara de fotos
Y no acumulo pruebas de los lugares en que estuve
                    
He asesinado a todos los guías
Y he prendido en llamas  las tiendas de recuerdos
Ahora me paseo por calles agrietadas
Donde, con un poco de suerte,
Puedes ver, a la vuelta de la esquina,
Surgir a un loco que grita espantado
Mientras se arranca la ropa a jirones.

1 comentarios:

carmen gomez dijo...

Ya no miras las reliquias porque el devenir de la vida es mucho más apasionante. Precioso poema. A mí me transmite una profunda transformación interna. no sé.

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