Acababa de llegar de Utiel,
agotado, frustrado, deprimido.., Aunque medía cerca de 1,80 y tenía una
constitución fuerte, hoy me encontraba pequeño y débil.
Por la mirada de mi hermana, me di cuenta que
no se había tragado mis razonamientos para rechazar, la oferta de trabajo que
con tanto esfuerzo me había conseguido.
Ni la separación temporal de mi
mujer y mis hijas, ni el incumplimiento de las condiciones del trabajo: el
horario excesivo, el sueldo o la lejanía de nuestro destino, habían conseguido
convencerla.
Me aseguró que la crisis acababa de empezar y que nos esperaban unos
años de ¡Aupa!, ¡Qué me sujetara a un clavo ardiendo!
¡Cómo contarle aquel episodio que
me había traumatizado tanto!, Pensaría que era un blandengue. Y yo no conseguía
quitármelo de la cabeza.
Hoy tres años más tarde, España en una crisis,
que no sé dónde nos está llevando, analizo aquel viaje, y no sé si volvería
actuar de la misma manera.
Nunca lo sabré, porque no tenemos
la oportunidad de volver al pasado...
Empecé a trabajar a los 19 años
como Técnico Auxiliar Delineante, después pasé a Especialista, a Jefe de
Estudio y posteriormente a Encargado de un Estudio de Arquitectura, me hice
Calculista de Estructuras, y de depender de mí 200 personas y a mis espaldas
más de 3000 proyectos, hoy me encuentro en el puto paro.
A finales del 2009 tuve la
oportunidad de trabajar como conductor de un rígido de 12 metros, cargado con
100.000 pollitos de granja y ¡Cómo pesaban los puñeteros!
Los tuvimos que cargar en aquella
explanada de la incubadora de Utrera,
¡Qué diferencia de cuando los
trataba de niño!
Recuerdo que me compraban uno al
principio de verano, para que lo cuidara y no diera demasiado el coñazo. Yo lo
veía tan frágil, tan mullidito, tan simpático que me daba ganas de meterlo en
la cama, como si fueran un peluche, ¡Claro! Que como era un varón yo nunca tuve
un puto peluche, tenía que llevar un sombrero de cowboy y pistolas, ¡Vaya a que el niño saliera
maricón!...,
Y me acostaba con las pistolas no fuera a que
atacaran los indios.
¡Vaya mierda de infancia con
tanto tabú!
Cuando terminamos de cargar el
camión mi jefe me comentó
-
Bueno, tenemos que ir a un pueblo cerca de Utiel. Tú que eres andaluz ¿sabes dónde se
encuentra el pueblo?.- Era el típico castellano de Valladolid, de 1,90, nariz
aguileña, y muy delgado. -Yo pienso que está por Córdoba. – Le respondí
Desplegó el mapa.
- ¡Joder está al sur de Teruel!
- ¡Ostras Jesús! – Así se llamaba mi jefe- nos comemos
los dos discos- (los discos son el registro de horas máximas de
conducción, y horas mínimas de descanso,
18 entre los dos). Y pensaba... “reparto por Andalucía” ¡Tiene cojones el
tema! ¡A Teruel que nos vamos!
Una vez en marcha me empecé a dar
cuenta que no era tan maduro como creía, el trabajo era completamente diferente
al que había realizado hasta entonces. Me iba a costar hacerme con él, y cada
kilómetro que recorría me acordaba más de mi mujer, y de mis dos hijas
pequeñas.
¡Y todo por culpa del cabrón del
Zapatero!
Iba concentrado conduciendo ese
pedazo de pepino, un Scania de 1 año de antigüedad por la nacional IV.
Lo que más preocupa a un veterano es dejar su
vida y su camión a un novato, estos bichos son de propulsión trasera y
peligrosos al entrar en las curvas.
Aunque me flipaba conducirlo me iba dando cuenta que aquello no
era para mí, que quizás me había equivocado al sacarme todos los carnés de
circulación.
A las nueve de la noche llegamos
a la comarca de Utiel, llevábamos 11 horas trabajando. Durante el trayecto me
percaté de la camaradería que existe entre los camioneros, como piensan los
unos en los otros. No como en el sector de la construcción donde aprovechan
cualquier oportunidad para pisarte el cuello.
Llegamos una hora más tarde, no
sé como pude entrar sin vaselina con el camión por esos estrechos carriles.
Cuando me acostumbré a la
oscuridad me llamó la atención el cielo, lleno de estrellas, diferente, debido
a la latitud en que nos encontrábamos. Aunque no me interesa la astronomía reconocí que era hermoso, y que también ¡hacía un frío de cojones! , y mi jefe con un
chalequito de nada, ¡chicharrón del norte!
Empezamos a descargar el camión,
nos ayudábamos con una rampa elevadora que bajaba las columnas de cajas donde
iban los pobres pollitos hacinados: 100 en cada bandeja y 10 cajas ,una encima
de otra, en cada pila.
Teníamos que llevar 33.000
pollitos a cada nave. Arrimar las pilas
a la rampa elevadora, con mucha rapidez,
ya que el camión estaba a 28 grados igual que las naves, mientras que en el
exterior estábamos a 2 grados.
Empecé a resentirme, el esfuerzo
físico y el frío me impedía respirar, era como si te fumaras un puro a pulmón.
La tragedia llegó al terminar la
tercera nave de la explotación agrícola, Estaba muy cansado y al meter una pila
dentro de la nave, la bandeja maestra que llevaba ruedas se trabó con la pella
de hormigón de la propia rampa de acceso de la nave. Mis fuerzas ya débiles del
esfuerzo y a la once y media, sin cenar, no pudieron evitar la catástrofe,
la pila volcó, y yo me quedé sin aliento, en un último intento de evitar lo ya
inevitable.
De rodillas, cayendo el sudor por
mi cara, las gafas empañadas, no sé si del propio sudor o de la
hiperventilación de mi boca, intentaba rescatar aquellos pequeños peluches reventados,
que les brotaban sangre por el piquito.
No tenía fuerzas de pedir ayuda a
Jesús que estaba dentro de la nave. Cuando se percató de que el ritmo de la
pila de entrada había descendido, vino a ver que pasaba, y allí estaba yo
impotente luchando por rehacer la pila y
defendiéndome de una manada de
unos 20 gatos hambrientos que aparecieron de la nada.
Me chilló
-¡ Tío! ¿Qué haces con los pollos
heridos en la mano?
Me los quitó de golpe y empezó a
echarlos al aire, con lo que ya me quedé traumatizado del todo. Los pollitos no
llegaban al suelo, los gatos asalvajados saltaban por todas las direcciones
atrapándolos al vuelo, ¡era un espectáculo dantesco!.
Fue una decisión cruel pero
acertada, así mantuvo a raya a los felinos y salvar a los pollitos sanos que
quedaban en la pila.
Posteriormente se hizo un calculo
por encima del genocidio, se calculó una perdida de unos 200 pollitos. A la
vuelta mi compañero se descojonaba de risa y le quitaba hierro diciendo que no
me preocupara más del tema, que hasta que llegaran a ser pollos más de 15.000
morirían de enfermedades y que para el granjero había sido una minucia.
Pero Jesús no entendía lo que
aquel viaje había significado para mí, la separación de mi familia, conducir
aquel 12 metros, llevar el volante desde
lo alto del trailer, cómo nos adelantaban los coches tuneados de la
juventud, los camiones de los
compañeros, y aquella granja sin nombre, de aquel pueblecito, que, ¡quíen sabe
cómo se llama!, al norte de Utiel, donde dejé 200 peluches.
Hoy me sigo preguntando sí soy
débil o inmaduro. Yo que hice el servicio militar en una batería de
municionamiento, con 65 servicios de armas de 24 horas, que repelí junto con mi
escuadra de artilleros un intento de robo de un comando itinerante de Eta, sucumbí
al ver a mis pollitos devorados por aquellos gatos hambrientos.
Pero no me da vergüenza ser como
soy, y odio los profundos tabú y los modernismos en exceso del presente.
A mi hermana se le pasó el
enfado, pero de vez en cuando me pide que le vuelva a contar lo de los
pollitos.
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