Relatos a Concurso: La partícula de Dios, por Carmen Gómez Barceló.


-Por Dios, que es Domingo. No puedes irte otra vez. Hace menos de seis horas que has llegado y apenas has dormido.
-No empecemos Clara. Tengo que volver, es importante.
-Espero que algún día seamos también importantes para ti tu hija y yo.
-¿Sabes? Me rompes el alma.
-Por favor David… Tú no crees en el alma
-No voy a discutir cariño. Me tengo que ir.
David, con un café solo como único alimento, se dirige al acelerador de partículas.
A duras penas consigue concentrarse en los mecanismos del vehículo que le lleva al trabajo, pues su atención  y todo su intelecto está dirigido a un solo fin, encontrar la partícula.
Una vez en el centro de investigación, después de desbloquear la puerta de entrada con su código personal, va soltando la ropa que siente que le sobra, por donde azarosamente cae y se sienta delante de su ordenador. Enciende el aparato. Sus ojos una vez más se clavan en la pantalla y el monólogo interno comienza:
¡Dónde estás  joder¡ Sé que existes. ¿Sabes? Me estás arruinando la vida. Tal vez ni siquiera merezcas la pena. Estoy consumiendo las horas más preciosas de mi vida contigo. Eres como una amante caprichosa, parece que te voy a conseguir y cuando estoy a punto de abrazarte ¡zas¡ desapareces antes de que pueda ver tu estela. Y todo para demostrar por qué la materia es materia…Y estoy aquí horas, días, años esperando a que aparezcas. Lo peor de todo es que mientras que tú  decides si te haces ver o no, seguramente yo esté perdiendo de vista otras partículas. Las que se dejan ver cada día delante de mí y yo no las miro porque estoy pensando en ti.
Mi hija, Victoria, descubre todo un universo cada día y yo no estoy ahí para acompañarla, sino que me encuentro aquí, persiguiendo a una maldita partícula que sé que está pero que nunca he visto.
Sin dejar de pensar, pues esto es lo que hacía casi todo el tiempo, darle vueltas y más vueltas a cada idea, David, recogía sus pertenencias y emprendía su vuelta a casa.
Abrió la puerta mecánicamente cuando de repente una imagen no prevista le detuvo en seco. En la entrada de la casa descansaba una serie de objetos conformando un equipaje. La maleta rosa fucsia de Victoria, su hija destacaba sobre todo lo demás.
-Clara, qué pasa.
-Ya lo ves, David, nos vamos.
-Pero…No podéis hacerme esto, dijo David con gesto suplicante.
-Claro que podemos hacerte esto. Deberías estar agradecido. Siempre te estás quejando de  que te coaccionamos, que le robamos horas a la obsesión en que se ha convertido tu trabajo. Pues se acabó. Eres libre. ¡Vamos Victoria¡
-Adiós papá, dijo la niña. No te pongas triste. Dice mamá que cuando encuentres algo que no encuentras, volverás con nosotras.
La puerta se cerró con un rotundo golpe.
Una vez más, David bajó la escalera de caracol que era su mente. Cada escalón era un pensamiento que se adentraba en otro. Este, en el siguiente más profundo aún y así hasta llegar al infierno. Allí quemaba sus obsesiones, sus frustraciones, su ego.
Cayó en la cuenta entonces de que todo lo que se consumía en ese averno particular era él mismo. Se había convertido en un gran agujero negro extremadamente denso que actuaba como único receptor de todo  lo que él era capaz de ofrecer.
Exhausto, ponía fin a esta nueva crisis, convencido de que  el ciclo volvería a empezar.
Por la mañana, al despertar, abrió el amplio ventanal de la lujosa casa donde vivía en Ginebra y percibió una cálida caricia. Los incipientes rayos de  sol que le saludaban y el color calabaza del cielo le hicieron esbozar una sonrisa.
Por primera vez pensó en Clara antes que en su partícula.
Quizás, realmente el bosón que buscaba, sin proponérselo, le había zarandeado el alma. “Victoria…¿sabes? Creo que he encontrado por lo menos, una parte de lo que buscaba... La partícula de Dios, puede esperar”.      




1 comentarios:

Carlos Javier Fernández dijo...

Siempre estamos buscando algo sin lo cual nuestra vida no parece plena, en realidad nuestra vida es plena, cada momento que vivimos. La vida quizá en contra de lo que nos ha enseñado la literatura no tiene un: "planteamiento, nudo, desenlace",La vida no es una historia con final feliz o desgraciado, quizá la vida es sólo un fragmento de conciencia, y ese fragmento es igual de pleno en cualquier momento de su recorrido. Carmen, enhorabuena por tu constancia, tu disciplina y tus ganas de escribir, Me gustan tus historias porque en ellas siempre hay algo de misterio, creo que el que escribe sin ningún misterio,escribe desde el escepticismo y la desgana, sobre la nada y el vacío. (Pelín exagerado, ya lo sé... pero es que yo soy mucho de filosofar.)

Publicar un comentario

Back to Top