Relatos a Concurso: Hermana vida, hermana muerte, por Matilde López de Garayo.



Mi madre era una persona especial. Recuerdo las tardes soleadas, cuando nos sentábamos en el porche, en aquella mecedora que chirriaba un poco.  Me cogía en brazos y me sentaba en sus rodillas. Mientras que me acariciaba el pelo, me susurraba al oído.

-¿Hoy de qué?- Yo aprovechaba ese momento para aspirar con  intensidad su olor, un olor tenue a flores, a suavidad. Ese aroma perduraba en mi pelo hasta la noche, y me quedaba dormida, creyendo que era a mi madre a quien abrazaba, y no a la almohada.

-¡Mamá!- y me ponía a mirar a mi alrededor a buscar algún detalle que ayudara a mi madre a inventarse el  cuento de esa tarde- Miré al cielo y le contesté –De un pájaro que vuela,  muy alto – y al mismo tiempo le  señalaba el cielo con mi dedito de 6 años.

Ella se concentraba durante unos segundos e improvisaba la narración. Ese ritual lo teníamos desde que me alcanzaba la memoria. A veces eran unos cuentos tontos, pero  esos  momentos, a  solas con mi madre, los esperaba día a día.

Me contó su último relato:
“Erase una vez un pajarito que   vivía en  su  nido. La mamá  le enseñaba a comer, a volar. , Sin embargo tenía miedo de la altura. La mamá insistía una y otra vez. Con el pico le obligaba a que se acercara al filo del nido y le incitaba a que echara a volar – En ese momento mi madre me empujaba con cariño hacia delante, como si fuéramos las protagonistas del cuento y me susurraba, -¡Polluela!, No tengas miedo a volar, no tengas miedo a vivir- Yo me reía felizmente, pensando que era un juego. Mi madre proseguía -  Un día la mamá  no regresó. El  pájaro aprendió a volar. Al principio no se alejaba del nido, pero pronto llegó a ser gran  experto volando”

- Es muy triste mami, ¿Porqué la madre se tuvo que marchar?, ¿A qué tenia miedo el pajarito?, ¿Por qué no volvió la mamá? ¿Porqué..,?

-¡Para! ¡Para!- Me acariciaba el pelo a la vez que  lo besaba. Mi ingenua inocencia me impedía percatarme del mensaje que me estaba transmitiendo- Es sólo un cuento, y lo bueno que tienen los cuentos es que los puedes cambiar.

- ¡Vale! –Le respondí, pero mi cabecita volvía al cuento- ¿Y porqué tenían que volar tan alto?- Y me movía hacia delante y hacia tras para que la mecedora se balanceara también.

-Porque, las águilas vuelan  ¡muy! ¡Muy alto!, Como tú lo harás un día- Me contestó cubriéndome con sus manos, las mías.

-¡Mamá! Yo cuando sea mayor quiero ser un águila- Le decía a mi madre con determinación y extendía mis bracitos  planeando como si fuera un ave – Mi madre reposó su cabeza en la mía y así nos quedamos durante mucho, mucho tiempo. Yo disfrutando del momento, y  ella, ella.., ¡Ella era todo mi mundo!

Los acontecimientos posteriores hicieron que aquel relato repercutiese en mi vida de una manera trascendental. Un cáncer agresivo la arrancó de mi vida al cabo de un mes. Mi cabecita infantil no podía entender aquel abandono. Los días siguientes  los pasé llorando agarrada a mi almohada, buscando inútilmente su olor. Extendieron sábanas en los muebles, cerraron puertas y ventanas. Sellaron la casa,  sellaron mi corazón. 

Me enviaron a vivir con una hermana de mi madre. Nunca le di problemas, era una niña obediente, callada y triste. Llegué a quererla, aunque nunca se lo demostré y  cuando cumplí dieciocho años volví a quedarme sola.

Mi carácter taciturno y distante  se volvió aún más frío, más seco. Crecí encerrada en mi mundo, sin sobresalir en nada. Era como si quisiera que la Vida no se percatara de mi existencia, como si quisiera ser invisible cuando la Muerte se acercaba a cobrar su tributo.

Me levantaba por las mañanas y me dirigía hacía mi tienda. Entre los libros me sentía segura. Allí acudían personas tan reservadas como yo. Compartíamos en nuestro  aislamiento la poca sociabilidad que nos quedaba.

Pero no puedes engañar a la Vida, ni burlar a la Muerte, y una noche regresando a mi casa un conductor ebrio me arrolló en mitad de la calle. Me envolvió el silencio, me envolvió la soledad, la intensa oscuridad del salón de la Muerte. Miraba a mi alrededor con una confusión absoluta e intentaba orientarme en aquel completo desconcierto.

Poco a poco, una luz opaca se fue esclareciendo a mi alrededor y entonces ¡la vi!, Aquella figura traslúcida me sonreía con extremada serenidad. Era mi madre que en su silencio me suplicaba que no la acompañara. Que volviera..,

Escuché a lo lejos unos pitidos, monótonos y constantes. Con dificultad conseguí identificarlos, procedían de  una máquina de hospital. Después de dos meses estaba  saliendo del coma.

Mi aturdimiento inicial, se convirtió en una desorientación de todo lo que me rodeaba, de todo lo que pensaba, de todo lo que sentía.

Comenzó mi convalecencia: los ejercicios dolorosos de mi rehabilitación, las clases de lectura, de escritura. Aprender a andar, a hablar, a fin de cuentas volver a aprender a vivir. Quizás el dolor que sentí durante mi recuperación, las limitaciones físicas y mentales a las que estuve sometida,  el dolor ajeno de los demás enfermos, o la fuerza con que se enfrentaban a sus dolencias me hicieron reflexionar sobre mi vida antes del  accidente -  de mi muerte en vida-  sin valorar lo hermoso que era sentirse vivo. ¡Lo hermoso que es vivir!

Se tarda tiempo en cambiar, se necesita muchas fuerzas, ¡No! Para  volver a vivir sino para vivir de diferenta manera, con diferente perspectiva, con diferentes expectativas. Pero al final ¡Lo conseguí!

Hoy sentada en la mecedora donde hace años compartía esos momentos tan entrañables  con mi madre, hago recuento de mi vida.

Me he recuperado totalmente de mi accidente, y  reconozco que por fin he hecho las paces con la Vida, que es tan caprichosa  como desconcertante, con la Muerte que con su  libre albedrío, esconde una incomprensible justicia. Ambas van unidas porque una no existiría sin la otra. Ambas me dieron  una oportunidad: una me soltó cuando me guiaba a su mundo, la otra me rescató para devolverme al suyo. Les he perdonado por fin.  Y ellas a mí.

Me balanceo abrazando a una niña inexistente, cierro los ojos  y respiro la fragancia de la primavera, las flores, la hierba, el olor del viento. Y al abrir los ojos veo en el cielo un ave volando, como aquél del último cuento que se inventó mi madre.

Sonrío al decirle  a su recuerdo – ¡Mamá! por fin aprendí a volar en la vida, y vuelo muy, muy alto.

1 comentarios:

Carmen gomez dijo...

Sin duda lo tuyo es la poesía Matilde. Es un preciosidad de relato. Y no te lo digo por quedar bién. Eso nunca me ha interesado.

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