Ver para creer, por Carmen Gómez Barceló.




¿Cómo he llegado a esto?

Ella, ha venido hasta mi casa. Me ha enseñado su cuerpo y…No me lo podía creer…
Las marcas en su piel…

He mirado esas señales una y otra vez.

Era cierto. Todo lo que me habían dicho las vecinas del barrio era verdad y yo no lo quería creer. Ha tenido que venir ella misma a enseñármelo.

El, que lleva por estandarte la verdad que yo lo admiraba por su honestidad, ha sido capaz de hacerme esto…

-He venido a verte-me ha dicho ella- porque esto ha llegado demasiado lejos. Mi marido ha empezado a sospechar y estoy aquí, para pedirte por favor que le digas a Félix que me deje en paz, ya que a mí no me hace caso.

No me salían las palabras.

-¿Y…Esas marcas?
-Como tú sabrás, es muy pasional. No controla, me contestó ella.

Ha salido por donde ha entrado, y a mí me ha dejado herida de muerte. Son las doce de la mañana de un precioso mes de Mayo. El astro rey está casi en lo alto. Las flores del  jardín  lucen esplendorosas. Los niños, mis niños, juegan ajenos a todo.

A mí, se me ha oscurecido el sol y una noche impuesta  me sirve de envoltura. Aquí me encuentro, sentada frente a los fogones de la cocina, alimentando el fuego para que no se apague. Me pregunto cómo puedo respirar después de muerta, porque así es como me siento, muerta. Pero los niños tienen  que comer, ellos no tienen culpa de nada.

No tendría que haberme venido aquí, tan lejos de mi gente. Si esto me hubiese pasado allí, cerca de mi madre, no me sentiría tan sola.

Me iré lejos de aquí. Desandaré el camino y volveré con los míos. Cogeré a mis hijos y antes de que él vuelva ya me habré ido.

No pensé nunca que esto me pudiera pasar a mí. Sí, volveré a la casa de mi madre con mis niños. A la casa de mi madre donde viví tantas cosas bonitas.

A mí me gusta cantar. Cuando yo era joven me invitaban a las fiestas para que cantase. Una vez canté en un teatro.

Eran tiempos de posguerra, tiempos difíciles, pero así y todo, mis amigas y yo, no nos perdíamos una ocasión donde pudiéramos cantar y bailar.

Era una chica muy alegre. Alegre a pesar de todo. A pesar del hambre…

 Mi madre rebuscaba en la basura y traía a casa peladuras de patatas y plátanos que ella freía con algo de aceite y sal. A mí me sabían a gloria

También pedía en los bares los restos del café, ya infusionado,  y ella los volvía a hervir resultando así  una bebida caliente. Esto, con  algo de azúcar conseguida de estraperlo, nos lo tomábamos en unos jarrillos que nosotras mismas fabricábamos  con las latas de la leche condensada.

Cuando le conocí, yo era yo. Después, cuando me enamoré de su persona, fui dejando en el camino el cante, las risas, la alegría.

Él era serio, muy serio y nada de esto le gustaba. No me importó dejar atrás esa parte de mi vida por estar a su lado y complacerle.

Que él  no quería que cantase, pues yo no cantaba. Que no le gustaba que me riera, no me reía y ya está. Que le sentaba fatal que hablase con los vecinos, pues no les hablaba. Pero una cosa sí que le encantaba, era que me pusiese el delantal, y el delantal  no me lo quité más.

¿Por qué se enamoró de mí? Si todo lo que yo era lo ha transformado…

Volveré con mi madre, si, pero ¿Cómo? Volveré  vestida con mis hijos, pero desnuda de mí. Las prendas que me arropaban las dejé en el camino para seguirle. No sé si podré recuperar algo de todo aquello. Creo que no.

A nadie puedo culpar de lo que soy, mejor dicho, de en lo que me he convertido. Por no perder  su amor, perdí mi yo. Ahora no le tengo ni a él ni a mí.

Estoy sola, vacía y si lo pienso, no tengo nada, solo una enorme carga que si vuelvo, recaerá en mi madre.

Estoy escuchando la llave de la puerta...

-Hola, mis amores, ya estoy en casa.
-¿Cómo está la mujer más guapa?
-¿Dónde están los niños más preciosos?
-Aquí, estamos aquí.

La casa de la fuente, por Matilde López de Garayo.


Dejamos atrás el pueblo, cuando el autobús se desvió por un camino de macadán, llegando a una gran explanada.

Limpié el vaho que se había formado en los cristales del coche con la manga del anorak y percibí através de ellos, la fina capa de escarcha que cubría nuestro alrededor. Ya sabía que el invierno en Estepa era bastante frío, pero en ese momento me percaté que iba a ser crudo, ¡muy crudo!.

Antes de bajar y por enésima vez, el jefe del campamento tomó el micro y repitió las instrucciones que íbamos a seguir en los cuatro días que duraría el Campamento de Navidad.

En principio unos responsables estudiaríamos el terreno de acampada, otros organizarían la distribución de los grupos de trabajo para descargar  del autobús, los utensilios de cocina, la comida, las mochilas, etcétera.

Pero nada más bajar del vehículo y una vez abierto el maletero  se produjo el  caos.

Cada niño o niña  intentaba agarrar su mochila. Corrían hacia la casa empujándose con total anarquía e ignorando las normas, que al parecer sólo habíamos escuchado los sufridos monitores.

Una vez llamados al orden, y colocados en fila como si estuvieran en el ejercito, los chavales esperaron a que se les diera permiso para moverse.

Pisoteaban el suelo y se calentaban las manos echándose el aliento para entrar en calor. Sus caras expresaban  con toda franqueza el frío que contenían sus cuerpecillos.

Me volví entonces, hacía lo que sería nuestro hogar  en los próximos días.

A mi derecha el agua brotaba con fuerza de dos caños de una fuente de piedra, y descendía por unas especies de piletas con desnivel progresivo. Observando el desgaste de la piedra, se podía adivinar lo antigua que era la construcción.

Por encima de la fuente, un  gran árbol mecía sus ramas, que rozaban parte del tejado de la casa.

Esta era de dos plantas. El exterior presentaba el deterioro típico del paso del tiempo y la falta de conservación. La desaparición de la cal en algunas partes permitía la vista de los viejos ladrillos de arcilla, y el musgo conquistaba la pared por aquellas zonas donde no llegaban los rayos del sol.

La puerta, y las ventanas también mostraban el mismo abandono, la madera presentaba huellas de carcoma  y  la pintura había dejado de existir hacía tiempo.

Uno de los responsables que ya había estado allí hacía dos semanas  abrió la puerta con una pesada llave de hiero. Comentó que la habían limpiado, y en efecto tuvo que ser así, pues cuando abrimos los postigos de la ventanas, el polvo suspendido en el aire parecía bailar a nuestro alrededor.

La humedad hbía hecho estragos en las paredes, igual que en el exterior.

Una gran chimenea ocupaba la parte izquierda de la planta de abajo. Dentro de  ella a ambos lados, dos bancos de piedra, serían los sitios más anhelados de todos nosotros.

En el otro extremo, la escalera ascendía hacia la planta alta, y detrás de un pequeño mostrador, donde instalamos la cocina se encontraba una pequeña alacena llena de leña.

Bajo nuestros pies crujieron los escalones cuando subimos arriba. La planta alta era solo una sala diáfana, vacía excepto por dos sillas de madera y varias espuertas de mimbre.

La casa estaba desnuda, silenciosa y fría y si el frío se podía oler, se olía y se sentía hasta lo más profundo.

Tuvimos que improvisar un servicio en el exterior, y reservar unos cubos de agua para el water. Por la noche iríamos cerrando el agujero con cal.

El agua estaba cortada con lo cual nuestra única forma de asearnos era  en la fuente.

Encendimos la chimenea, y calentamos agua para preparar el almuerzo.  

Poco a poco empezamos a colocar la comida detrás del mostrador, los utensilios de las actividades debajo de las escaleras y las mochilas excepto las de los responsables, en la parte de arriba.

Poco a poco la casa se fue llenando de cachivaches, de gritos de los niños y de calor humano. Durante cuatro días la casa fue un lugar de convivencia, Su suelo sintió el peso de nuestros cuerpos, sus paredes escucharon todo tipo de conversaciones: alegres, tristes,  confidenciales, enfrentamientos entre adultos, entre niños, risas. El aire se impregnó de diversos olores: corporales, tabaco, colonia, ajos cebolla...

Y las noches se llenaron de  roces de sacos de dormir, de destellos de linternas, de susurros, de respiraciones pausadas.

La casa existió durante esos día como un espectador invisible, brindándonos cobijo, a cambio de poder abrazar con sus paredes nuestras vivencias. Impregnar en sus poros nuestros recuerdos hasta que el paso del tiempo los fuera deshaciendo como la cal que caía al suelo, o como la se llevaba el viento.

Llegó el momento de  nuestra marcha, subí a la planta de arriba, coloqué las sillas y los serones en  mismo sitió donde estaban el primer día. Cerré los postigos, y escuché los crujidos de las escaleras por última vez.

La casa se  volvía a estar  vacía. Vacía excepto por las motas de polvo que pronto dejarían su danza para reposar en el suelo. Respiré pensando que quizás mañana olería otra vez  a frió y humedad. Cerré la puerta.  
2

La calle de los hijos del mar, por Carmen Gómez Barceló.

Había llegado el día en el que Pepa recogía las notas.

Para ella era una fecha importante. Esperaba con entusiasmo ver la cara de su padre cuando le mostrara aquella cartulina blanca repleta de números mágicos.

Eran mágicos, porque tenían poderes.

No todos los que la conocían eran conscientes de la importancia de esos números. Pero su padre sí, y así se lo hacía saber.

Esos  dígitos le otorgaban el poder de cruzar el puente. El puente digo, que no el pasadizo. El pasadizo hubiera sido un camino hostil y farragoso, pero el puente... El puente le permitiría respirar la frescura de la mañana. Dejar de sofocar el calor de Sevilla en verano. Esa calor que se convertía  en sopor a las cuatro de la tarde y la paralizaba. No la dejaba despegarse del suelo. A esa hora en el verano se Sevilla no se existía. Su cuerpo  se convertía en un peso muerto que solo encontraba alivio en contacto con las baldosas fresca del suelo de su casa. Intentar moverse a esa hora requería voluntad de roca.

La leyenda inscrita en la cartulina blanca la liberaría se ese martirio sevillano y la  llevaría hasta Cádiz, a la calle de los niños del mar, al otro lado del  puente.

La andadura empezaba en la estación del tren. Esta era la parte la más odiosa para ella. El viaje duraba más de cuatro horas. Sentada el aquél vagón de madera, Pepa apenas podía contener las ganas de vomitar que le producía el olor a gasolina. Le revolvía su pequeño estómago zarandeado por el traqueteo del viejo tren. Pero no importaba. Todo eso valía la pena  por volver otro año más a aquél  lugar.

Por fin el tren llegó a la estación de Cádiz. No podía ser verdad. De nuevo se encontraba allí. Después de intentar abrirse paso entre la gente, deprisa ,para respirar lo menos posible el humo gris mezclado con sudor que envolvía el ambiente, Pepa y su bolsa, llegaron hasta la gran puerta de palillería que flanqueaba la salida del lugar.

Allí estaba su abuelo, un hombre de baja estatura, tímido, siempre con su boina negra que le tapaba la enorme cantidad de pelo negro, grueso y rizado que conservaba  aún, a pesar de su edad.

-Hombre Pepa…Ya estás aquí.
-Abuelo, abuelito…Vamos, vamos.

Atravesaron de la mano la carretera empedrada que separaba la estación, del barrio Santa María. Empezaron a subir la Cuesta del  Rosario, y una vez arriba pudieron ver a la izquierda el convento de Santo Domingo, y a la derecha la botica. La botica, que desde que ella recordaba, siempre había  estado  allí. Quizás, la botica le había dada nombre a su calle, Calle de la Botica. Cualquiera sabía…
Llegaron por fin a la entrada de la calle. Ese era un momento mágico. Esas sensaciones sólo las vivía Pepa  una vez, cada año, cuando pisaba el viejo pavimento  milenario. El empedrado de la vía, totalmente irregular, dificultaba bastante el caminar de la niña. Los piés se le doblaban continuamente, más esto no impedía que sus ojos se mantuvieran abiertos de par en par. No quería perderse nada de lo que allí había.

Todas las casas eran antiguas casas de vecinos. Estaban constituidas por un zaguán que daba paso al patio central. El patio, enlosado, tenía un aljibe con un cubo para sacar el agua y una pila. Aunque separados por un muro, se encontraban también allí, el retrete comunitario, un cuarto con varios puntos de lumbre para cocinar y los lavaderos que servían tanto para lavar la ropa como para el baño de los niños.

Las habitaciones, sin agua, rodeaban el patio tanto en la planga baja como  en la alta. Allí se accedía por una avejentada escalera.

La primera casa a la izquierda estaba ocupada por “ La Purri “. La Purri, tenía cinco hijos, uno por cada regreso de su marido de la mar.

Más adelante vivía María La Carreja. La Carreja tenía un hijo, Joselete. Este era uno de los motivos  por los que  a Pepa le brincaba el corazón-normalmente tranquilo-cuando pisaba la calle. Él, como casi todos los niños de la calle, se dedicaban a trabajar en el mar de una forma o de otra.

En frente de esta casa vivía “el Antonio”. El Antonio también era un niño del mar. Todos los años, cuando venía Pepa, se esmeraba en agasajarla con regalos que él acuñaba para ella, durante el año. Unas veces eran bolas de cristal que los marineros usaban como flotadores para sus redes, otras eran conchas agujereadas  a las que les enganchaba una cuerda a modo de colgante. Incluso una vez le regaló un centollo.

Pero Pepa no tenía ojos para otro que no fuera Joselete.  Joselete se había ganado el corazón de Pepa con los ojos. Si, sus ojos ,verde agua, era lo único que ella veía en él. Bueno, también su sonrisa. Pero más sus ojos. Él no tenía que hacer nada más que mirarla para hacerla feliz.

Después de ver las casas de María la Carreja y del Antonio, llegaba el momento más esperado, el de ver a su abuela Carmen. Su abuela era la mujer más importante de su vida después de su madre.
Ver a su abuela, abrazar su delgado cuerpo, darle muchos besos en su huesuda pero suave mejilla, era como alcanzar el zigurat de las emociones. No necesitaba más.

Sabía lo que vendría después: Las salidas por la mañana para hacer la compra en el mercado, pasear por la plaza de las flores, ir al muelle a llevarle a su abuelo el almuerzo…

Después, al llegar al cuarto que les servía de vivienda, descalzarse y sentarse en el escalón de mármol  gastado que separaba el patio de la calle. Aquél asiento era como su trono. Allí se sentía la princesa de la calle. Además no hacía calor, y eso era importante.

Así transcurrían los casi tres meses que duraban las vacaciones de verano. Entre el olor al arroz con habichuelas  mezclado con regaliz del puesto de Juana  y las visitas de los niños de la calle a la princesa de Sevilla, llegaba el momento de volver. Su abuela se ponía triste y ella también.

Cuando desandara el puente, lo peor de la calor ya habría pasado. La vuelta al colegio y a la soledad del recreo , volverían a iniciar el nuevo ciclo.

Los momentos vividos en la calle de los niños del mar que se encontraban guardados en algún rincón de su memoria, los iría dosificando durante el curso hasta que pudiera conseguir al final de este otra cartulina mágica.
2

Castillos de arena, por Marichón Castillo.






A las cinco de la tarde, Jaime atendía una llamada telefónica. El emisor de dicha llamada, reclamaba su presencia de manera urgente y voluntaria en la calle Toledo número 21, antes de las cinco de la tarde de ese mismo día. Jaime se apresuró en coger un taxi para dirigirse al lugar de la cita.

Cuando llegó, se encontró un edificio antiguo. Con la fachada de color azul.Varios de los cristales de sus ventanas estaban agrietados. Las ventanas sucias  rotas. Faltaban algunos peldaños que facilitarían el acceso de entrada. Estaba rodeado de basuras. Podía ver cartones y plásticos hasta donde le alcanzaba la vista. Latas,vidrios,comida en mal estado…

Jaime se preguntaba, quién le habría citado en tan espantoso lugar. Pero su curiosidad le hizo avanzar con los ojos bien abiertos. Cruzó el umbral de la puerta. Empezó a ver gente tirada en el suelo,sentada sobre sus propios excrementos. Cada cual con botella. Llenas de historias, penas y desgracias. Sobretodo con excusas.

El humo que habitaba en el edificio, le impedía ver con claridad donde posaba sus pies. La idea de clavarse algo más que un simple cristal, le aterrorizaba. Le hacía seguir de una manera lenta, pero segura.

 El hedor era horrible. Las paredes estaban pintadas con spray de colores, donde cada individuo había dejado su seña de identidad. Todo el mundo allí, sabía quien era el dueño y señor del lugar señalado.

 Antes presumía haber sido un edificio emblemático y señorial. Se celebraban grandes fiestas. Se organizaban importantes eventos. Solo podía acceder lo más chic de la sociedad madrileña.

 Nadie sabe que pasó. Pasó a ser un lugar decadente.Triste.Cansado.

 Jaime miraba en todas las habitaciones sin saber muy bien que andaba buscando. Hasta que llegó al final. Cerca de lo que en sus momentos de gloria había sido la sala Summer.

Vio una cara familiar. Era Darío. Su hermano. Tumbado en posición fetal, encima de un colchón manchado por sus própios vómitos. Sin más compañía que la de una cuchara y un mechero.

Jaime apretó la mandíbula. Cogió de una sola levantá el cuerpo de su hermano. Dio marcha atrás sobre sus pasos.

Antes de salir del edificio, alguien le agarró de su chaqueta,

-        Ayúdale Jaime. Tu hermano es un buen tipo.


Jaime le guiñó un ojo y le dió las gracias.
3

La cara oculta de la luna, por Carlos J. Fernández.



Nos encontramos a 380.000 kilómetros de la tierra. En un espacio de apenas seis metros cúbicos trabajamos dos hombres. Orbitamos la luna en este módulo de mando que no es, en ningún caso, un lugar acogedor. Esta no es una nave de recreo y un turista espacial, posiblemente, encontraría este lugar incómodo e inhabitable. Los cables de los más diversos colores están a la vista, y hay que tener cuidado para no enredarse con ellos. Yo diría que, en los paneles de mando, debe de haber unos quinientos interruptores; No te preocupes, me dijo Mark, el ingeniero jefe, “la mayoría no tendréis que utilizarnos nunca, la computadora lo hará por vosotros”. Pobre consuelo, teniendo en cuenta que tuvimos que memorizar para qué servía cada uno de ellos. La única nota alegre en este ambiente más bien áspero y monacal, la ponen las luces de los indicadores que, a veces, parpadean en velocísimas ráfagas, exhibiendo su complicado código de colores.
Scott y yo fuimos los elegidos para esta misión. Yo creí que Scott era buen amigo mío, pero, poco antes de despegar de la base, supe de algo que ahora me separa de él.
Cuando expliqué a mi hijo pequeño, con palabras sencillas, en qué consistía la misión, a él sólo se le ocurrió pedirme que, a mi vuelta, le dijera a qué huele el espacio. Yo ahora, no sabría decirlo. No podemos respirar en el espacio, ahí afuera no existe el aire. Pero sí es cierto que hay algunas partículas. Scott dice que el escudo de acoplamiento, que estuvo unos minutos expuesto al exterior huele a metal caliente: “Olor a soldadura”, se aventuró a afirmar mi compañero. Yo, no estoy tan seguro, el olfato nunca fue el mejor de mis sentidos. Jamás hubiera sospechado que Clarisse, mi esposa, me era infiel. Si lo descubrí fue por azar. Fue dos días antes de iniciarse la misión; celebrábamos en casa una fiesta de despedida. Todos los integrantes de la misión, junto con sus mujeres e hijos estaban allí. Desde hacía meses trabajábamos juntos, día y noche. Ahora éramos como una hermandad.  Nos divertíamos en el jardín, atizando las barbacoas y riendo, para sacudir los nervios y la tensión. Entonces entré un momento en el garaje y preparé el equipo de escucha láser. Lo había traído desde el departamento de investigación, en realidad lo saqué sin permiso. Quería sorprender a los chicos y hacerles una demostración de la potencia de alcance de ese equipo experimental. Escucharía sus conversaciones a distancia y luego me acercaría para, bromeando, hacerles ver que yo, como comandante de la misión sabía exactamente de lo que hablaban incluso cuando no estaba presente. Naturalmente ellos no sabían nada de aquello. Dirigí el micrófono parabólico hacia los diversos grupos que, diseminados por el jardín, charlaban alegremente. Lo hacían, como era de esperar, de las cuestiones técnicas de la misión. Algunos hacían bromas acerca de catástrofes espaciales, supongo que para conjurar el miedo que tenían. Podía oírles nítidamente, a decenas de metros de distancia. Entonces dirigí la antena hacia el estanque, junto a él, lejos del resto, charlaban en ese momento Clarisse y Scott. Me puso en alerta el tono íntimo que usaban, después oí como se decían palabras de amor. Ella dijo que cuando volviéramos de la misión me  pediría el divorcio.
El Mayor Lester, jefe de la evaluación psíquica, me dijo que mis tests eran casi perfectos. “maravilloso” dijo, “una mente matemática y científica, netamente racional” “muchacho, casi puedo ver tus neuronas, perfectamente cuadriculadas, como las casillas de un tablero de ajedrez”. Entonces esas palabras me llenaron de orgullo. Ahora pienso que Lester quiso ofenderme sutilmente, nunca le caí demasiado bien.
Cuando escuché aquellas palabras en boca de Clarisse, la antena láser del equipo de escucha cayó al suelo desde mis manos. Quedé conmocionado unos minutos, en la soledad del garaje. Después recompuse mi ánimo. La misión era ahora lo primero. Olvidaría aquello por completo hasta el regreso.
Ahora, en esta nave, gravitando en apenas seis metros cúbicos, a 400.000 kilómetros del resto de la humanidad,  mi única compañía en esta soledad cósmica es, precisamente, la del hombre que me engaña con mi esposa. Qué mente, por más científica que sea, puede dejar de pensar en ello.
El destino castigará a este hombre que ha roto nuestra hermandad. Mi padre creía en el destino, a diferencia mía, era un hombre muy pasional. Sé que en lo íntimo de su ser se sentía decepcionado por mí. A pesar de mis triunfos en la universidad, de mi éxito profesional, murió creyendo que yo era alguien distante, como un extraño. Quizá él tenía razón y será el destino quien castigue a Scott, este hombre al que traté como a un hermano y que ahora me ha traicionado de la forma más odiosa.
Cuando la nave comenzó a orbitar la cara oculta de la luna, saltó la alarma 1012 en el computador. Mal momento porque desde este lado de la luna, la comunicación con la tierra se interrumpe. Durante 48 minutos permanecemos incomunicados. Tendremos que resolver por nosotros mismos el problema. He consultado el manual para confirmar lo que ya sabía. Una fuga en el tanque de helio, es apenas perceptible, pero habrá que repararla. La fuga es en el exterior, así que alguien tendrá que colocarse el traje y salir. Lo hará Scott, él tiene asignadas estas tareas. Scott se comporta con la amabilidad de siempre. Nunca le hubiera creído capaz de tal hipocresía. Hace un momento cuando miraba la cara iluminada de nuestro satélite pensé que su frío tono gris, ese gris tan extraño, como polvo de cemento, irradiaba una atmósfera perturbadora, pero ahora su recuerdo se me antoja familiar y cálido, ante esta espantosa negrura del lado oculto.
Scott, tranquilamente, antes de entrar en el módulo de descompresión me mira y me sonríe “ahora vuelvo” me dice tranquilo y confiado. Ya en la plataforma de salida se enrosca en su traje el cable umbilical que lo mantendrá unido a la nave. Cuando sale al exterior lo observo a través de la escotilla. Pronto comprueba que el tanque de Helio está perfectamente. Ahí fuera, sujeto por el cable, se mueve como un bebé torpe e indefenso embutido en su traje. Como un feto nadando en el líquido amniótico. Yo mismo activé la alarma 1012 sin que Scott pudiera advertirlo. “Falsa alarma” me dice por el intercomunicador “aquí todo está bien, vuelvo a la nave”. Pero Scott ya nunca volverá a la nave. Así se lo digo, él ríe, cree que estoy bromeando. Desconecto mi intercomunicador, no quiero oír sus gritos de desesperación cuando comprenda que no es una broma. He ordenado a la computadora que suelte los anclajes del cable umbilical, el cepo de titanio se abre con un crujido metálico. Scott ahora agita brazos y piernas, cuando advierte aterrorizado que el cable se está soltando. Un convulso sacudir de sus extremidades, amortiguado por la ausencia de gravedad: como cuando en una pesadilla queremos huir a la carrera de un peligro mortal y nuestras piernas se mueven con ridícula lentitud. He querido escrutar el rostro de mi amigo a través de la ventanilla, pero el reflejo dorado de su escafandra lo oculta.
 Pronto su cuerpo se aleja de la nave. Ya apenas puedo verlo. Aún vivirá unas horas, rodeado de esta espantosa negrura, orbitando alrededor de un satélite muerto. Su cadáver se conservará intacto hasta que, pasadas unas semanas, la radiación acabe por destrozar su traje. Algunos podrían pensar que una misión de 20.000 millones de dólares se ha perdido por una cuestión de celos, pero, quizá, lo único que ha ocurrido es que el destino de Scott se ha encarnado en mí. También yo me dejaré morir aquí, no volveré a la tierra. Esta cápsula será mi sarcófago. Mi mente maravillosamente racional y matemática ha resultado ser un fraude. A lo mejor aún no estamos preparados para lanzarnos a la conquista de metas superiores. Una sola emoción desencadenada puede hacer añicos nuestro débil envoltorio de civilización, igual que la radiación del cosmos agujereará capa a capa el traje de cosmonauta del cuerpo de Scott.
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Cirugía conformadora, por Marichón Castillo.

El hospital está a 50 kilómetros del aeropuerto. Es el centro sanitario más grande de Europa. Alberga todas las especialidades dentro de la cirugía reparadora. Consta de 16 plantas, 23 ascensores y unos 2200 profesionales, repartidos entre médicos, enfermeros, auxiliares, administrativos y seguridad.

 Margot se encuentra hospitalizada desde hace varias semanas en la habitación 803 de la planta décimo segunda. Espera con paciencia la visita de su amiga Gloria. Viene desde Barcelona. Hace poco más de un año que no se ven.El reencuentro presume ser emotivo y sorprendente. A las seis de la tarde, aparece Gloria en la habitación con una preciosa y apetecible cesta e frutas.

- Hola Margot
- Como me alegro de verte por fin, mi buena amiga Gloria.
- ¿Qué tal te encuentras después de la operación?
-pues muy bien, sinceramente. Hoy ha sido el primer día que el doctor le a echado una ojeada a mi nueva nariz. Se ha quedado muy sorprendido y creo que eso es buena señal.
 - De todas formas me ha dicho que le gustaría hablar con alguien de mi confianza. ¿Te importaría hablar con el, Gloria?
- No, no para nada. Ahora mismo me acerco  a ver que me cuenta.

 Gloria atravesó el kilométrico pasillo que separaba las estancias de los enfermos de los despachos de los médicos.

 -Buenas tardes Doctor Méndez.¿Se puede?
-Si Sra. por supuesto. ¿ En qué puedo ayudarla?
- Pues vera. Yo soy amiga de Margot Bada. L apaciente operada de la reconstrucción de nariz de la habitación 803.
-        Oh si, como olvidarla.¡ Pobre chica! Pero según tengo entendido la operación ha sido un éxito.
-        Si, si. La verdad es que en el quirófano no hemos tenido ninguna complicación y además evoluciona favorablemente. A pesar de la irregularidad.
-        ¿ Irregularidad ? Aclárese Doctor
-        Pues bien. Como usted sabe, su amiga acudió a este hospital para que le 
-        realizáramos una reconstrucción transplantarea de nariz.

La mordida del animal le arrancó el cartílago.Le dejó al descubierto el hueso y malformada la cavidad nasal.
-        Lo se. La mirada de ese can nunca me gustó.
 El día del accidente tenía un gesto raro. Sus ojos estaban lagrimosos. El rabo lo mantenía levantado. Las orejas también permanecían hacia arriba. Como nervioso. Alerta. Todos los invitados que nos encontramos en casa de Margot, nos dimos cuenta de la extraña actitud del perro.

Ella no le dio importancia. Dijo que quizás estaba intranquilo  por el jaleo de la gente en su casa. Recuerdo cuando la acompañé a llevarle la comida a Atila ( menudo nombrecito le puso al perro ). Margot se agachó para entregarle el comedero lleno de carne de buey con pollo y entonces…zás!! Le enganchó por la nariz. Margot empezó a gritar. El animal gruñía y gruñía, cada vez apretando más la mandíbula.

Los amigos vinieron corriendo alertados por el llanto de Margot y por mis gritos. Conseguimos liberarla de aquel bicho caníbal de 40 kilos a base de palos. Llevamos a Margot al hospital inmediatamente. La rapidez con la que fue atendida y la profesionalidad, le salvaron la vida.

Lo curioso, es que ella adoraba  a ese perro. Era un miembro más de la familia, pero después del desagradable episodio, no preguntó cual había sido el destino de su buen amigo.

-        ¡ Que tremendo!. Ha tenido que sufrir mucho. Por eso lamento aún más lo sucedido.
-        Dígame Doctor, ¿ De qué se trata?
-        Pues bien. La nariz que le hemos implantado a su amiga, es de un color distinto al de su piel.
-        Bueno Doctor, no pasa nada. Puede que la piel de la nariz sea algo más tostadita que el de su cara, pero eso se compensa con un poco de base de maquillaje.
-        Verá usted Gloria.Es que es algo más tostadita de lo que se está imaginando.
-        ¿ Cuanto más ?
-        El color de la nariz de su amiga es..NEGRO
-        ¿ Qué?¿ Negro? Pero si ella es blanca
-        Lo sé, lo sé. No entiendo como ha podido suceder. Estoy intentando localizar al cirujano que la intervino quirúrgicamente, pero me dicen que se ha ido de vacaciones a Nueva Zelanda.
-        ¡ Que lejos!
-        Eso mismo dije yo. ¿ A estado usted alguna vez en Nueva Zelanda?
-        No. Pero el otro día ví un reportaje en la televisión. Parecía un país ideal.Sin corrupción. Con muy buenas expectativas económicas y laborales. Una alta tasa de natalidad. Y por lo visto un lugar de ensueño para relajarte tumbado en una de las hamacas que se encuentran en las orillas de sus playas de aguas cristalinas.
- Pues allí. En una de esas playas está tumbado a la bartola el Doctor Feijóo. Y seguro que además estará utilizando el “ truquillo “ de que es una eminencia en medicina para ligar con las isleñas.
-        ¡ Ay Doctor! A ver como le digo yo a Margot que su nueva nariz no es lo que ella esperaba.
-        No se apure usted, Gloria. Si quiere , yo puedo acompañarle.
-        Es usted muy amable, pero es algo que prefiero hacer sola.

Gloria regresó sobre sus pasos hasta llegar de nuevo a la habitación donde descansaba  Margot.

-        Ya estoy aquí.
-        Hola amiga ¿Cuánto has tardado?
-        Que vá. Lo que pasa es que como tu estás aquí sin poder moverte, se te pasa el
-        tiempo más lento.
-        Bueno… venga Gloria , cuéntame lo que te ha dicho el médico, que estoy negra
de esperar.
-        ¡ Que graciosa eres Margot! Siempre me ha encantado tu sentido del humor.
-        Venga Gloria cuenta lo que sepas.
-        Pues bien. El doctor Méndez me ha dicho que la operación ha ido muy bien, pero que el doctor Feigóo, el cirujano, ha cometido un pequeñísimo error. Toma este espejo Margot. Yo te ayudo a levantar las vendas.

Gloria apretó los ojos y giró la cabeza esperando el estremecedor grito de su amiga… pero tal cosa no sucedió para su asombro. Margot observaba su chata y negra nariz con una sonrisa de oreja a oreja. Gloria le preguntó como se sentía. Margot sonrió y le dijo a su amiga que cocertara una nueva visita con el Doctor Méndez.

-        ¡ Chica, hay que buscarle unos nuevos labios a esta nariz!
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¡A ver si nos aclaramos con el Sexto! por Matilde López de Garayo.


Sentados en  la mesa de una casa de campo, y terminando el almuerzo, una cierta familia comienza una conversación que se transforma en disputa.

Entre otros comensales se encuentran: la tía Emilia de 83 años, (ha conseguido “colocar” al incómodo de su hijo soltero, con una hermana y  escaparse unos “diitas” a visitar a su familia); Marta, que acaba de cumplir 76 años, (con la negatividad que siempre le ha caracterizado);  las hijas de  ésta, Mercedes de 45 años, divorciada e intentando darle un sentido a su vida;  Elena de 37, soltera y segura de todo lo que hace.

-Chata, ¿a qué hora es la misa? –Pregunta tía Emilia, mientras recoge con las manos unas migajas  del mantel.

-Creo que en la parroquia es a las 8. Después llamamos -contesta Marta.

-¿Y cómo vamos a bajar hasta el pueblo?

-Pues me imagino qué alguien nos acompañará, Mercedes ¿tú puedes ir a misa con nosotras?- Pregunta la madre, mirando a su hija mayor.

 -Mamá, sabes que no voy a misa, pero si puedo..,

No le da tiempo a terminar  la frase, su madre con una agresividad desmedida le interrumpe

-¡No sé como me han salido los hijos tan ateos!, ¿Yo no os he dado esa formación?

-Mamá hay una diferencia entre ateísmo, antireligión y no estar de acuerdo con la Iglesia Católica. – responde Mercedes que ha adquirido una especie de paciencia obligada. Y para sí piensa: “¡Dios! La que me espera, y eso que sólo llevo un día aquí”

-Son las malas  influencias. Ese novio que tuviste, ¿Cómo se llamaba? –Continúa Marta dirigiéndole miradas inquisidoras.

-¡Lucas!, Se llamaba Lucas –Interviene por primera vez Elena–  Que por cierto tiene nombre de evangelista.

-No metas cizaña, ¡Elena!. No empieces con tu acostumbrado cinismo – Protesta Mercedes.

-¡Huy, huy! , No se puede decir nada –Y le hace una mueca a su hermana.

 – Mamá, ¿ya empiezas a echarme otra vez en cara, sucesos que pasaron hace más de 15 años?. ¿No crees que   ha transcurrido bastante tiempo?, Ha llovido mucho desde entonces.  Y para sí, “Se cree que no he madurado aún, ¡No sé para que he venido!..”
.
-¡Ejen!.., ¡Veréis!.., El caso es que yo, sólo quiero saber si vamos a poder ir a misa- Interrumpe la tía, mirando desconcertada a sus parientes.

Sin prestarle atención, la madre continúa –¡Llovido!.., ¡Llovido y mal! , Porque dime,  ¿qué educación  le estás dando a tu hijo?

“¡Cómo ignora a la tita!, poco le falta para que empiece uno de sus discursos ex-cátedra”- Piensa Elena, poniendo una postura expectante

-¡La culpa la tiene la sociedad!. ¡No transmiten ningún valor bueno!.

“Ya estalló la tormenta ”, -Pero esta vez es Mercedes quien lo piensa

  -La culpa la tienen los padres, siempre trabajando. Callan su sentimiento de culpabilidad concediéndoles todos los caprichos. ¡No existe moral hoy en día!. ¡Si no hay nada más que mirar a las parejas por la calle! ¡Ni parejas, ni nada! Hoy me lío con éste y mañana ni me acuerdo..,  ¿Y los espectáculos que montan?

-Es verdad, ¡son una vergüenza!, Van contra el sexto mandamiento. ,-Rompe su silencio la tía, que quiere dar también su opinión.

-El sexto era: No cometerás actos impuros- Recuerda  Mercedes

-Ese ¿no es el noveno?- Responde Elena

-No, el noveno es no consentirás pensamientos ni deseos impuros.

-Como siempre habláis de lo que no sabéis. El sexto es no desearás la mujer de tu prójimo – Declara taxativamente la madre.

-No mamá, la interpretación no es escuetamente sexual, hay que analizarlo en el contexto histórico, en el politeísmo, en los sacrificios que se ofrecían a Dios.., - Continua Mercedes argumentando su opinión.

 Y el ambiente se va caldeando. Cada una da su parecer sobre la interpretación de  los Mandamientos de Dios. Al final optan por buscar un catecismo. Lo encuentran semiescondido en una estantería de la biblioteca.

-¡Es mi catecismo! – Exclama Elena con alegría- Mira Mercedes, el bigote que le dibujé a este niño. – y señala un dibujo de un niño con un gran mostacho -Me castigaron sin salir al recreo durante una semana y.. , ¿No te acuerdas?

-A lo nuestro, a ver si acabamos la discusión de una vez. ¡Ya me estoy hartando!.

Ya sentadas otra vez en la mesa Elena exclama con ironía

-¡Ala!, ¡¡No fornicarás!!, ¿De qué siglo es el libro? Y empieza a mirar en que año se editó -Y ¿qué es fornicar exactamente?

-Tener relaciones sexuales fuera del matrimonio. Cometer adulterio -Responde tía Emilia que está muy puesta en teoría eclesiástica.

-¡O sea!, Que un gran porcentaje de la población peca contra el sexto - Declara Marta triunfante.

-Mercedes tu y yo somos unas grandes  pecadoras ¿no? – Pincha a al hermana con fingida indiferencia.

-Te estás pasando ya-  responde la mayor fulminándola con la mirada.

-¡Bueno!, Creo que está claro que la sociedad va cada vez peor. , Exclama muy digna la madre.

-¿Pero cómo dices que va peor, mamá?, Protesta Mercedes -Si cuando escribieron esos mandamientos, la mujer  solo era una posesión  del hombre, y no de los más valiosos?, ¿Ni siquiera tenían derecho a tener  su propia sombra?

-Tranquila Mercedes – Habla con total resolución, la soltera- En ninguna parte dice. ¡No desearas al marido de tu prójima!

-¡Ya está bien tanta burla!, ¡Qué no respetáis nada!  - Y la madre se va ofendida a su cuarto. Tía Emilia le acompaña  para intentar tranquilizarla.

Las hermanas se quedan mirándose  desconcertadas y calladas por la reacción tan drástica de la madre.

-Es la edad – rompe el silencio por fin Elena, y se encoge de hombros.

Mercedes, levantándose de la silla, tira con fuerza la servilleta encima de la mesa y le responde:

       No, mamá siempre ha sido tan intransigente con todo, y con todos.- Sin embargo  después pensando en la edad de Marta, se dirige al cuarto donde  su madre se ha encerrado.

-Mamá, ¡Venga ya!..,¿A qué hora queréis que os baje a misa? – Le pregunta en la puerta.

-¡Pero si tú no quieres nada con la Iglesia!, ¡Ni la pisas!- Chilla con acritud la madre.

Al fondo se oye a Elena gritando – ¿nos echamos un Rummikub para zanjar la discusión?.

Mercedes, ya al borde de perder su  razonable paciencia exclama.- ¡Vamos, mamá!, ¡¡Qué no nací con el número de la bestia tatuado en el cogote!!.

Y  en voz baja murmura, como para que nadie le oiga: “Pero parece ser que sí me gravaron el estigma de Caín en la frente”.
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Primera Fase del Plan Divino, por Carmen Gómez Barceló.

-El ángel vino a verme.
-Sí, lo sé, también vino a verme a mí y me lo ha contado.
-Y…  ¿Qué piensas de todo esto?
-Todo esto es tan extraño para mí…Yo creía que solamente iba a desposarme con una joven galilea, que formaríamos una familia y nada más. Pero esto es demasiado para un viejo como yo. Además ,el ángel…¿Qué ángel? No era más que un hombre.
-Ya lo entenderás José. El ángel es solo un emisario.
-El que me visitó no tenía alas.
-Pues claro que no tenía alas, los ángeles no tienen alas como los pájaros. Son…otra cosa.
-Si no tienen alas  ¿Cómo pueden estar en sitios tan distintos en tan poco tiempo?
-Ellos tienen ese poder.
-María, te encuentro distinta, no sé, radiante diría yo. Irradias luz.
-Ha sucedido…El hijo de Dios está en mí. El que viene de las estrellas  lo ha hecho.
-El pueblo no va a entender esto. No sé porque he  tenido que ser yo el elegido para compartir contigo este acontecimiento, soy un simple carpintero.
-Has sido elegido porque perteneces a la dinastía de David y es de este linaje del que debe nacer el Mesías.
-Y tú María ¿porqué tu?
-José, no sabes quién soy en realidad. Estás delante de una niña nada común. Estoy preparada para ser la receptora de tan extraordinario milagro. Ahora, tu formas parte de todo esto.
-No sé como  llegará a mí la sabiduría para llevar a cabo esta tarea.
-Vendrás conmigo a la escuela de misterio. Donde van los Esenios.
-¿Qué es eso?
-Es un lugar a donde van los Iluminados. Allí aprendemos los secretos que guarda el Arca de Moisés.
-¿Quiénes son los iluminados? ¿Qué secretos son esos? Estás asustando a este pobre anciano.
-Lo sabrás cuando llegue la hora.
-Las mujeres judías tenéis fama de mentirosas, pero te creo. No preguntes porqué, no lo sé, pero te creo.
-Está bien José, tú me acompañarás hasta que nazca el  niño, luego lo cuidaremos hasta que cumpla 12 años. A  partir de esa edad él sabrá lo que ha de hacer.
-María ¿Has pensado en lo viejo que soy? No veré crecer a nuestro encomendado´
-Todo será como ha de ser. Todo está escrito. El camino está trazado.
-¿Qué camino es ese?
-El camino de las estrellas.
-¿De las estrellas del cielo?
-Claro ¿Cuántas veces has oído a nuestros sacerdotes decir que el reino de Dios está en los cielos?
-Siempre…Pero realmente no sé lo que significa.
-¿El cielo? Pues eso, lo que no está bajo nuestros pies. Lo que está fuera de la tierra que habitamos. Dios, nuestro Señor siempre que ha querido hacerse oir por nosotros los hombres, ha bajado del cielo. Ha descendido Él solo o acompañado de su corte celestial de muy diversas maneras .A veces en medio de una gran nube. Otras rodeado de un deslumbrante resplandor. Incluso acompañado de ruedas que escupían fuego. Y no menciono cuando solo se le ha escuchado…Pero siempre desde fuera de la tierra.
-¿Quieres decir que su naturaleza no es de este mundo?
-No, no es de este mundo, pero nos visita a veces.
-Y ¿Cómo llega hasta aquí?
-El secreto está en el arca.
-¿En el Arca de la Alianza?
-Así es. Allí están los enigmas sobre el mundo y el universo. Desde su interior se podría hablar con Dios. En el Arca están escritos los caminos que llevan a las estrellas más lejanas. Los senderos que utilizan los ángeles para llegar hasta nosotros. En fin, todo lo que hay que saber para que el plan divino se cumpla en la tierra.
-¿Y este niño? ¿Este niño es parte de ese plan?
-Es parte importante de la primera fase.
-¿La primera fase?
-Sí. La segunda fase no tendrá lugar en la tierra que conocemos.
-Pero…
-No hay más. Es todo lo que podemos saber.
-Bien, contribuyamos entonces a la primera pare del plan divino, bella María.
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