¿Cómo he llegado a esto?
Ella, ha venido hasta mi casa. Me ha enseñado su cuerpo y…No me lo podía creer…
Las marcas en su piel…
He mirado esas señales una y otra vez.
Era cierto. Todo lo que me habían dicho las vecinas del barrio era verdad y yo no lo quería creer. Ha tenido que venir ella misma a enseñármelo.
El, que lleva por estandarte la verdad que yo lo admiraba por su honestidad, ha sido capaz de hacerme esto…
-He venido a verte-me ha dicho ella- porque esto ha llegado demasiado lejos. Mi marido ha empezado a sospechar y estoy aquí, para pedirte por favor que le digas a Félix que me deje en paz, ya que a mí no me hace caso.
No me salían las palabras.
-¿Y…Esas marcas?
-Como tú sabrás, es muy pasional. No controla, me contestó ella.
Ha salido por donde ha entrado, y a mí me ha dejado herida de muerte. Son las doce de la mañana de un precioso mes de Mayo. El astro rey está casi en lo alto. Las flores del jardín lucen esplendorosas. Los niños, mis niños, juegan ajenos a todo.
A mí, se me ha oscurecido el sol y una noche impuesta me sirve de envoltura. Aquí me encuentro, sentada frente a los fogones de la cocina, alimentando el fuego para que no se apague. Me pregunto cómo puedo respirar después de muerta, porque así es como me siento, muerta. Pero los niños tienen que comer, ellos no tienen culpa de nada.
No tendría que haberme venido aquí, tan lejos de mi gente. Si esto me hubiese pasado allí, cerca de mi madre, no me sentiría tan sola.
Me iré lejos de aquí. Desandaré el camino y volveré con los míos. Cogeré a mis hijos y antes de que él vuelva ya me habré ido.
No pensé nunca que esto me pudiera pasar a mí. Sí, volveré a la casa de mi madre con mis niños. A la casa de mi madre donde viví tantas cosas bonitas.
A mí me gusta cantar. Cuando yo era joven me invitaban a las fiestas para que cantase. Una vez canté en un teatro.
Eran tiempos de posguerra, tiempos difíciles, pero así y todo, mis amigas y yo, no nos perdíamos una ocasión donde pudiéramos cantar y bailar.
Era una chica muy alegre. Alegre a pesar de todo. A pesar del hambre…
Mi madre rebuscaba en la basura y traía a casa peladuras de patatas y plátanos que ella freía con algo de aceite y sal. A mí me sabían a gloria
También pedía en los bares los restos del café, ya infusionado, y ella los volvía a hervir resultando así una bebida caliente. Esto, con algo de azúcar conseguida de estraperlo, nos lo tomábamos en unos jarrillos que nosotras mismas fabricábamos con las latas de la leche condensada.
Cuando le conocí, yo era yo. Después, cuando me enamoré de su persona, fui dejando en el camino el cante, las risas, la alegría.
Él era serio, muy serio y nada de esto le gustaba. No me importó dejar atrás esa parte de mi vida por estar a su lado y complacerle.
Que él no quería que cantase, pues yo no cantaba. Que no le gustaba que me riera, no me reía y ya está. Que le sentaba fatal que hablase con los vecinos, pues no les hablaba. Pero una cosa sí que le encantaba, era que me pusiese el delantal, y el delantal no me lo quité más.
¿Por qué se enamoró de mí? Si todo lo que yo era lo ha transformado…
Volveré con mi madre, si, pero ¿Cómo? Volveré vestida con mis hijos, pero desnuda de mí. Las prendas que me arropaban las dejé en el camino para seguirle. No sé si podré recuperar algo de todo aquello. Creo que no.
A nadie puedo culpar de lo que soy, mejor dicho, de en lo que me he convertido. Por no perder su amor, perdí mi yo. Ahora no le tengo ni a él ni a mí.
Estoy sola, vacía y si lo pienso, no tengo nada, solo una enorme carga que si vuelvo, recaerá en mi madre.
Estoy escuchando la llave de la puerta...
-Hola, mis amores, ya estoy en casa.
-¿Cómo está la mujer más guapa?
-¿Dónde están los niños más preciosos?
-Aquí, estamos aquí.