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Castillos de arena, por Marichón Castillo.






A las cinco de la tarde, Jaime atendía una llamada telefónica. El emisor de dicha llamada, reclamaba su presencia de manera urgente y voluntaria en la calle Toledo número 21, antes de las cinco de la tarde de ese mismo día. Jaime se apresuró en coger un taxi para dirigirse al lugar de la cita.

Cuando llegó, se encontró un edificio antiguo. Con la fachada de color azul.Varios de los cristales de sus ventanas estaban agrietados. Las ventanas sucias  rotas. Faltaban algunos peldaños que facilitarían el acceso de entrada. Estaba rodeado de basuras. Podía ver cartones y plásticos hasta donde le alcanzaba la vista. Latas,vidrios,comida en mal estado…

Jaime se preguntaba, quién le habría citado en tan espantoso lugar. Pero su curiosidad le hizo avanzar con los ojos bien abiertos. Cruzó el umbral de la puerta. Empezó a ver gente tirada en el suelo,sentada sobre sus propios excrementos. Cada cual con botella. Llenas de historias, penas y desgracias. Sobretodo con excusas.

El humo que habitaba en el edificio, le impedía ver con claridad donde posaba sus pies. La idea de clavarse algo más que un simple cristal, le aterrorizaba. Le hacía seguir de una manera lenta, pero segura.

 El hedor era horrible. Las paredes estaban pintadas con spray de colores, donde cada individuo había dejado su seña de identidad. Todo el mundo allí, sabía quien era el dueño y señor del lugar señalado.

 Antes presumía haber sido un edificio emblemático y señorial. Se celebraban grandes fiestas. Se organizaban importantes eventos. Solo podía acceder lo más chic de la sociedad madrileña.

 Nadie sabe que pasó. Pasó a ser un lugar decadente.Triste.Cansado.

 Jaime miraba en todas las habitaciones sin saber muy bien que andaba buscando. Hasta que llegó al final. Cerca de lo que en sus momentos de gloria había sido la sala Summer.

Vio una cara familiar. Era Darío. Su hermano. Tumbado en posición fetal, encima de un colchón manchado por sus própios vómitos. Sin más compañía que la de una cuchara y un mechero.

Jaime apretó la mandíbula. Cogió de una sola levantá el cuerpo de su hermano. Dio marcha atrás sobre sus pasos.

Antes de salir del edificio, alguien le agarró de su chaqueta,

-        Ayúdale Jaime. Tu hermano es un buen tipo.


Jaime le guiñó un ojo y le dió las gracias.

2 comentarios:

CARLOS J. dijo...

Me gusta el paralelismo entre la casa en ruinas y sus moradores: personas cuya vida se encuentra también en estado de ruina.

carmen dijo...

Miedo es lo que se siente ante un edificio ocupado por esta parte invisible de la sociedad.¿quién tiene la culpa de que esto ocurra? Yo no lo sé, pero a cualquiera nos puede ocurrir. Buén relato Marichón.

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