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¡A ver si nos aclaramos con el Sexto! por Matilde López de Garayo.


Sentados en  la mesa de una casa de campo, y terminando el almuerzo, una cierta familia comienza una conversación que se transforma en disputa.

Entre otros comensales se encuentran: la tía Emilia de 83 años, (ha conseguido “colocar” al incómodo de su hijo soltero, con una hermana y  escaparse unos “diitas” a visitar a su familia); Marta, que acaba de cumplir 76 años, (con la negatividad que siempre le ha caracterizado);  las hijas de  ésta, Mercedes de 45 años, divorciada e intentando darle un sentido a su vida;  Elena de 37, soltera y segura de todo lo que hace.

-Chata, ¿a qué hora es la misa? –Pregunta tía Emilia, mientras recoge con las manos unas migajas  del mantel.

-Creo que en la parroquia es a las 8. Después llamamos -contesta Marta.

-¿Y cómo vamos a bajar hasta el pueblo?

-Pues me imagino qué alguien nos acompañará, Mercedes ¿tú puedes ir a misa con nosotras?- Pregunta la madre, mirando a su hija mayor.

 -Mamá, sabes que no voy a misa, pero si puedo..,

No le da tiempo a terminar  la frase, su madre con una agresividad desmedida le interrumpe

-¡No sé como me han salido los hijos tan ateos!, ¿Yo no os he dado esa formación?

-Mamá hay una diferencia entre ateísmo, antireligión y no estar de acuerdo con la Iglesia Católica. – responde Mercedes que ha adquirido una especie de paciencia obligada. Y para sí piensa: “¡Dios! La que me espera, y eso que sólo llevo un día aquí”

-Son las malas  influencias. Ese novio que tuviste, ¿Cómo se llamaba? –Continúa Marta dirigiéndole miradas inquisidoras.

-¡Lucas!, Se llamaba Lucas –Interviene por primera vez Elena–  Que por cierto tiene nombre de evangelista.

-No metas cizaña, ¡Elena!. No empieces con tu acostumbrado cinismo – Protesta Mercedes.

-¡Huy, huy! , No se puede decir nada –Y le hace una mueca a su hermana.

 – Mamá, ¿ya empiezas a echarme otra vez en cara, sucesos que pasaron hace más de 15 años?. ¿No crees que   ha transcurrido bastante tiempo?, Ha llovido mucho desde entonces.  Y para sí, “Se cree que no he madurado aún, ¡No sé para que he venido!..”
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-¡Ejen!.., ¡Veréis!.., El caso es que yo, sólo quiero saber si vamos a poder ir a misa- Interrumpe la tía, mirando desconcertada a sus parientes.

Sin prestarle atención, la madre continúa –¡Llovido!.., ¡Llovido y mal! , Porque dime,  ¿qué educación  le estás dando a tu hijo?

“¡Cómo ignora a la tita!, poco le falta para que empiece uno de sus discursos ex-cátedra”- Piensa Elena, poniendo una postura expectante

-¡La culpa la tiene la sociedad!. ¡No transmiten ningún valor bueno!.

“Ya estalló la tormenta ”, -Pero esta vez es Mercedes quien lo piensa

  -La culpa la tienen los padres, siempre trabajando. Callan su sentimiento de culpabilidad concediéndoles todos los caprichos. ¡No existe moral hoy en día!. ¡Si no hay nada más que mirar a las parejas por la calle! ¡Ni parejas, ni nada! Hoy me lío con éste y mañana ni me acuerdo..,  ¿Y los espectáculos que montan?

-Es verdad, ¡son una vergüenza!, Van contra el sexto mandamiento. ,-Rompe su silencio la tía, que quiere dar también su opinión.

-El sexto era: No cometerás actos impuros- Recuerda  Mercedes

-Ese ¿no es el noveno?- Responde Elena

-No, el noveno es no consentirás pensamientos ni deseos impuros.

-Como siempre habláis de lo que no sabéis. El sexto es no desearás la mujer de tu prójimo – Declara taxativamente la madre.

-No mamá, la interpretación no es escuetamente sexual, hay que analizarlo en el contexto histórico, en el politeísmo, en los sacrificios que se ofrecían a Dios.., - Continua Mercedes argumentando su opinión.

 Y el ambiente se va caldeando. Cada una da su parecer sobre la interpretación de  los Mandamientos de Dios. Al final optan por buscar un catecismo. Lo encuentran semiescondido en una estantería de la biblioteca.

-¡Es mi catecismo! – Exclama Elena con alegría- Mira Mercedes, el bigote que le dibujé a este niño. – y señala un dibujo de un niño con un gran mostacho -Me castigaron sin salir al recreo durante una semana y.. , ¿No te acuerdas?

-A lo nuestro, a ver si acabamos la discusión de una vez. ¡Ya me estoy hartando!.

Ya sentadas otra vez en la mesa Elena exclama con ironía

-¡Ala!, ¡¡No fornicarás!!, ¿De qué siglo es el libro? Y empieza a mirar en que año se editó -Y ¿qué es fornicar exactamente?

-Tener relaciones sexuales fuera del matrimonio. Cometer adulterio -Responde tía Emilia que está muy puesta en teoría eclesiástica.

-¡O sea!, Que un gran porcentaje de la población peca contra el sexto - Declara Marta triunfante.

-Mercedes tu y yo somos unas grandes  pecadoras ¿no? – Pincha a al hermana con fingida indiferencia.

-Te estás pasando ya-  responde la mayor fulminándola con la mirada.

-¡Bueno!, Creo que está claro que la sociedad va cada vez peor. , Exclama muy digna la madre.

-¿Pero cómo dices que va peor, mamá?, Protesta Mercedes -Si cuando escribieron esos mandamientos, la mujer  solo era una posesión  del hombre, y no de los más valiosos?, ¿Ni siquiera tenían derecho a tener  su propia sombra?

-Tranquila Mercedes – Habla con total resolución, la soltera- En ninguna parte dice. ¡No desearas al marido de tu prójima!

-¡Ya está bien tanta burla!, ¡Qué no respetáis nada!  - Y la madre se va ofendida a su cuarto. Tía Emilia le acompaña  para intentar tranquilizarla.

Las hermanas se quedan mirándose  desconcertadas y calladas por la reacción tan drástica de la madre.

-Es la edad – rompe el silencio por fin Elena, y se encoge de hombros.

Mercedes, levantándose de la silla, tira con fuerza la servilleta encima de la mesa y le responde:

       No, mamá siempre ha sido tan intransigente con todo, y con todos.- Sin embargo  después pensando en la edad de Marta, se dirige al cuarto donde  su madre se ha encerrado.

-Mamá, ¡Venga ya!..,¿A qué hora queréis que os baje a misa? – Le pregunta en la puerta.

-¡Pero si tú no quieres nada con la Iglesia!, ¡Ni la pisas!- Chilla con acritud la madre.

Al fondo se oye a Elena gritando – ¿nos echamos un Rummikub para zanjar la discusión?.

Mercedes, ya al borde de perder su  razonable paciencia exclama.- ¡Vamos, mamá!, ¡¡Qué no nací con el número de la bestia tatuado en el cogote!!.

Y  en voz baja murmura, como para que nadie le oiga: “Pero parece ser que sí me gravaron el estigma de Caín en la frente”.

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