Agosto de 2004 y el Mediterráneo, por Caura Marín.


Nos habían concedido diez días en la Residencia de Tiempo Libre de la Junta de Andalucía, a mi madre a mi hermana Bella, a mi amiga Fernanda y a mí el año 2004.

Yo pensé que iba a ser como todos los agostos. El verano es una estación del año que no soporto.  Aunque parezca una contradicción me gusta mucho más enero.

Salimos el uno de agosto, con dos coches el de Bella y el de Fernanda cargadísimos de ropa, zapatos, trajes de baño, bolsas de playa, etc.

La carretera iba muy llena de automóviles para la Costa del Sol. Fuimos por la autovía porque a Bella y a Fernanda les parecía más segura que el camino más corto que es pasando por Ronda.  Nos paramos en Estepa a desayunar, comimos unos dulces muy buenos que hacen en esa localidad y proseguimos el camino. Tardamos cinco horas en llegar, ya que era la primera vez que íbamos por allí.

Nos  asignaron un bungalow frente al mar. Cuando lo vi dije: ¡El Mediterráneo qué hermosura!.  Tenía razón Joan Manuel Serrat cuando escribió su canción. Me quedaría toda la vida aquí contemplándolo.

Casualmente coincidimos con un matrimonio y sus dos hijas, llamados: Julián, Rosario, el padre y la madre. Y Dolores y Beatriz las hijas.

A mí la Residencia me encantó eran todo bugalows, los que no daban frente al mar estaban rodeados de césped y muchos árboles. Todos con un pequeño patio y con una mesa y sillas donde casi todo el mundo desayunaba y merendaba cuando atardecía.

Había unos horarios fijos para ir al comedor: a las diez, el desayuno a los dos y media el almuerzo y a las diez de la noche la cena.  Julián se quejaba de todo lo que ponían excepto del “tinto de verano”. Se bebía uno y se iba a la cafetería que estaba muy cerca a tomar “tapitas”. Yo no me quejaba de la comida era de “rancho” como se suele decir, en sí no estaba mala. Y lo mejor de todo es que nos hacían las camas y nos limpiaban el bungalow todos los días.

Decidimos no desayunar en el comedor sino en el patio, era una delicia comerte el pan tostado mirando ese precioso mar. A continuación nos embadurnábamos de crema, cogíamos la sombrilla y nos bajábamos a la playa.  No era una playa muy ancha, tenía una pequeña duna. Dicen los viejos del lugar que es la única que queda en toda Marbella. 

Unas leíamos, otras hacíamos punto y Julián contaba los días para llegar a su pueblo.  Sólo iba a la playa para llevar a su mujer y a sus hijas.  Rosario era una mujer encantadora. Dotada de una inteligencia natural que le daba majestuosidad. Su hija Dolores también formaba parte del gineceo que formábamos y Julián harto de tanta conversación femenina, le decía a mi madre: “abuela vamos a tomarnos una sardinita con una cervecita fresquita”. A lo que mi madre asentía y el resto no nos quedábamos detrás. Engordé tres quilos en esos diez días porque a parte de la “sardinita”, también comíamos fruta y a las dos y media al comedor para el almuerzo. A continuación un rato de siesta y otra vez por la tarde a la playa y seguir contemplando el mar.

Cuando cenábamos después había espectáculos de música, de magia, de travestís burlones, grupos de sevillanas, conjuntos pachangueros con los que bailábamos todas menos Julián y mi madre. No teníamos tiempo para aburrirnos. Sólo tres noches salimos de la  residencia. Una a Puerto Banús que me decepcionó, otra a Fuengirola a festejar el cumpleaños de mi hermana Bella y otra a cenar a Marbella. Y una tarde a Mijas a subirnos en los “burritos sabihondos” y a comprar cerámica.

En fin qué bueno es hacer amigos, no pensar en nada, y como no me canso de decir descubrir ese Mediterráneo azul, como dijo el poeta.

1 comentarios:

CARLOS J. dijo...

Estoy de acuerdo contigo Rosario, yo prefiero el otoño y el invierno antes que el verano (el verano de Sevilla es insoportable)

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