Devuélveme mis talentos, Merkel, por Carmen Gómez Barceló.


Me dicen que si yo fuera sol, no calentaría a nadie. Es verdad, no tengo porqué calentar a nadie.
Mi niñez está plagada de noches frías. Éramos dos hermanos, otro chico y yo. Vivíamos cerca de un rio con mis tíos.

Mi madre no estaba. Se la había llevado mi padre con él hasta Alemania, dejándonos a mi hermano y a mí  a cargo de estos. Desde ese momento para mí este país se convirtió en mi enemigo, era como el flautista del cuento, ese que encandilaba a las ratas con su música. Alemania  emitía notas musicales que sonaban a bonanza y arrastraba a los que estaban hartos de escuchar pobreza.

Aquel país disfrutaba del portento de virtudes que era mi madre y exprimía la fortaleza  de mi padre. Yo, así lo vivía. - ¡Devolvédmelos¡- gritaba  mi garganta de niño cada noche, asomándome  a la ventana.

-Duérmete ya- decía con autoridad mi tío.

No tenía más remedio que meterme en la cama. Estaba tan fría que parecía mojada. Sabía que mis tíos hacían lo posible para que estuviésemos bien. Mi padre nos mandaba cada mes dinero para ello, pero yo cerraba los ojos y repetía en voz bajita una y otra vez –volved, volved, volved…-

Pero ellos no retornaban. Me cansé de llamarles. La sensación de arrebato se apoderó de mí y seguro que contribuyó a que fuera la persona que hoy soy.

Pasaba el tiempo y con él mi niñez. Crecí con la convicción de que no iba a ser pobre y sobre todo nunca dejaría a los míos por preciosa que fuera la melodía del flautista.

Mi obsesión era estudiar, estudiar y estudiar para poder acceder a la universidad y ser una persona respetable.  Estudié económicas y cuando me licencié pude observar que gran parte de mis compañeros optaban por solicitar empleo en el extranjero.

Yo les pedía que no se fueran, que nuestro país les  necesitaba.  Ellos se burlaban de mi patriotismo y me respondían que aquí había demasiados parados y que fuera, sobre todo  en Alemania, encontrarían trabajo y además muy bien pagado. - Allí están  los mejores ingenieros, los mejores técnicos, la élite del conocimiento- me repetían.

El rencor que había acumulado desde pequeño hacia ese lugar no me permitía pensar con claridad. Quizás sólo fuera un gran ignorante que no era capaz de comprender el magnánimo entramado que conformaba la economía europea. Yo solo sabía que nuestros mejores talentos estaban allí, en aquel país que era el más fuerte…

Estalló la crisis internacional, se desinfló la burbuja inmobiliaria en nuestro país, todo se iba a pique, todo y todos pero a ellos parecía afectarle menos que al resto. Me preguntaba ¿Por qué?  ¿Por qué su economía no se resquebrajaba? Sus industrias eran rentables, no habían necesitado trasladar a países como Taiwan sus fábricas de coches o aviones. Con ellos ¿no importaba el precio?

Alemania compraba deuda multimillonaria a sus supuestos socios a un interés altísimo, exprimiéndolos hasta la ruina, empobreciéndolos de capital  y de talentos.

No estaba dispuesto a consentir la hegemonía del flautista Merkel.

Después de conseguir la licenciatura en económicas, oposité para un puesto en un gran banco y conseguí el trabajo.

Al poco tiempo pude darme cuenta de la tragedia que se nos venía encima. Mi banco acumulaba pérdidas millonarias ya que daba dinero a personas que difícilmente lo  devolverían. Todo era mentira, todo era papel, contratos, palabras, acuerdos, humo. La única verdad era que euros, lo que se dice euros contantes y sonantes…no había.

En medio de esa vorágine me hicieron director del banco. Yo creo que lo hicieron para hundirme, pues  a causa de mis constantes quejas me había ganado la enemistad de directivos, empleados y clientes.

En la primera reunión formal que organicé suprimí  cláusulas a contratos  blindados millonarios, rescindí  acuerdos  con  personas invisibles que recibían sueldos astronómicos por el trabajo que no hacían, anulé las prejubilaciones  y algunas reformas más que dieron como resultado unas  cuentas medianamente claras  que reportaban dinero de verdad.

Convencí a los técnicos del banco  de la necesidad de una gran inversión para reflotar una fábrica de automóviles. La empresa contaba con toda la infraestructura necesaria para la producción en cadena, sólo necesitaba el capital que yo le iba a proporcionar, la tecnología que pululaba por nuestras universidades y los talentos que nos había birlado valiéndose del pentagrama del euro, la flautista Merkel.

Lancé una macrooferta de empleo directamente a las fábricas de automoción alemanas.  “Necesitamos ingenieros, preferentemente españoles. Urge levantar el país”.

El aluvión de trabajadores  procedentes de allí colapsó el aeropuerto de mi ciudad. La fábrica remontó  como lo hiciera Pegaso elevando sus alas. Estaba seguro de que era el resultado entre otras cosas, de la cantidad de talentos que habíamos recobrado.

Fue así como pude resarcirme del daño que acumulaba en mi corazón desde que  la melodía de aquella flauta, se tragó a mis padres.

Aquel país no fue en absoluto sensible a mi hazaña. Tenía todo el dinero del mundo para continuar con su política usurpadora, pero al menos por algún tiempo me devolvieron mis talentos.

1 comentarios:

CARLOS J. dijo...

Yo nombraría a tu protagonista ministro de economía e industria. A ver si nos convertía en un país competitivo al fin, con un tejido industrial tecnológico y dinámico. El turismo y el ladrillo no nos van a sacar de la crisis.

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