Cosas de Beatriz, por Carlos J. Fernández.

Me llamo Beatriz y tengo 43 años. Trabajo en una tienda de móviles. Soy una buena vendedora. El año pasado la empresa me dio un premio, por récord de ventas, en la región. No soporto la injusticia, por eso siempre me rebelo contra las pequeñas tiranías de mi jefe. Tengo un hijo de 16 años, Luis, que juega al fútbol en las categorías inferiores de un club importante. Educar a un adolescente es la tarea más difícil a la que he tenido que enfrentarme en toda mi vida. El camino que consigo andar con él lo desanda después con su padre del que estoy divorciada. Toda la teoría educativa de mi exmarido que está en el paro, o eso dice él,  se basa en que a los hijos hay que quererlos mucho y dejarlos vivir. Lo demás es poco importante, según él. El caso es que yo, aparte de quererlo, tengo que ocuparme de todo lo demás; vestirlo, alimentarlo, llevarlo y traerlo, quitarle de la cabeza ideas absurdas, animarle para que estudie, pagar las facturas y un millón de cosas más.

Los fines de semana me voy con mis amigas a bailar salsa por ahí. Bailar me relaja y despeja mi cabeza de preocupaciones. Se conoce a mucha gente bailando, puede que así llegue a conocer al hombre que me conviene. Necesito a un hombre al que no le de miedo comprometerse en todos los aspectos de una relación, y que le guste bailar, como a mí. No sé si mi hijo entendería que yo me echase un novio, todavía soy joven, él tendría que comprenderlo. Pero me asusta que llegue esa posibilidad porque los adolescentes son terriblemente egoístas y creen que una madre es como una esclava, que debe comportarse como una monja y no tener vida propia.

Voy a bailar salsa y bachata a la sala “Caribe” y a otros salones de baile. Lo hago bastante bien, además también me sirve como deporte. La verdad es que en los últimos años he cogido un poco de peso. Con las preocupaciones me dio por comer, así que estoy un poco rellenita. El otro día mi amiga Rosa insinuó que yo estaba gordita: “Con lo que tú te mueves toda la semana no entiendo como te has puesto así de gordita” me dijo. Yo creo que se habrá arrepentido de decirme aquello porque entre bromas y veras vine a decirle que si quería seguir siendo amiga mía no me volviera a llamar esa cosa. Yo no estoy gordita lo que pasa es que soy ancha de caderas y, en cuanto me paso un poquito con la comida, parece lo que no es. En realidad quiero mucho a Rosa, es mi mejor amiga. La pobre lo está pasando mal, quiere divorciarse de su marido, porque él ya no le presta ninguna atención, y se ha concentrado únicamente en su carrera profesional. Lo malo es que ella no trabaja. Dejó el trabajo por él y ahora no tiene ingresos propios. Fijaos qué situación: vive en casa con sus dos hijos y su esposo, pero no hace vida marital con él.

Tengo épocas que me da por leer. El libro que más me ha gustado en la vida ha sido siempre “Los pilares de la tierra” de Ken Follet, me lo he leído 14 veces. Ahora estoy con “El tiempo entre costuras” que me lo ha prestado Rosa, y está muy bien la verdad, aunque nada que ver con el de Ken Follet. Cuando acabe con este creo que voy a empezar otra vez con los pilares de la tierra, porque por mucho que lo leas siempre descubres algo nuevo que te sorprende.

Este año me hubiera gustado apuntarme a un curso de restauración de muebles antiguos que organizan aquí en la asociación del barrio, pero no tengo tiempo. Trabajo de mañana y tarde, el horario comercial es muy esclavo. Luego cuando llega el fin de semana siempre pienso que me quedaré en casa tranquilita, pero al final mis amigas consiguen liarme y me largo por ahí de barbacoa, a bailar o a lo que se presente. Soy demasiado activa, no puedo parar en casa. También me gusta mucho Internet, tengo más de180 amistades en facebook. 

Mi compañera en la tienda se llama Lorena, una chica joven que tiene un tipo estupendo, a pesar de que es muy golosa y todos los días se toma un par de dulces con el café. Lorena es muy buena chica, pero no tiene carácter para la venta, y se asusta con los clientes agresivos. La otra tarde le pedí a Lorena que fuese a por los cafés al bar de al lado, y que trajese también algo para merendar, aprovechando que a esa hora no vienen apenas clientes a la tienda. Cuando estaba sola entró un hombre que cubría su cara con un casco de motorista y llevaba una navaja en la mano. “¡Dame todo lo que tengas en la caja ahora mismo!” me dijo. Yo al principio pensé que era una broma porque la voz del chico se parecía a la de un amigo mío, pero ante mi falta de reacción el muchacho le pegó una patada al mostrador y rompió varios cristales. Entonces comprendí que la cosa iba muy en serio. Nerviosa como estaba no atinaba con la clave de la caja y entonces el ladrón me gritó: “¡Date prisa gorda!” y aquello fue como fue como si me pegaran en la cabeza. Me llevan los demonios si alguien me da un pescozón en la cabeza, me arrebata la ira, lo mismo me ocurre ahora si alguien me llama gorda, todo lo más que se habían atrevido a decirme hasta ahora ha sido “gordita”, ¿pero gorda?... no se lo consiento ni a mi padre. Así que dejé la caja registradora, me olvidé de que aquel niñato tenía una navaja y le lancé el extintor de 5 kilos a los pies al grito de: “Ahora te vas a enterar tú de lo que vale una gorda”, el extintor fue a estrellarse contra el pie derecho del navajero y como llevaba unas sandalias muy finas lanzó un grito que se escuchó en toda la calle. El pie estaba roto seguro. Mi compañera que volvía con los cafés llamó a los hombres del bar y entre todos acabamos por reducir al ladrón que había intentado inútilmente huir cojeando. 

Mi jefe, ya al corriente de todo, me felicitó y me dio un abrazo emocionado, poniéndome como ejemplo de empleada abnegada, capaz de poner su vida en riesgo para salvaguardar la recaudación y el negocio. Me dijo que inmediatamente me concedería las mejoras en el puesto que le estaba pidiendo desde hace años. Una fidelidad, tan inusitada a la empresa, era algo que no se veía todos los días y él sabría premiarme generosamente. 

Así que aquí estoy ahora. Disfrutando de un aumento de sueldo y con dos tardes libres a la semana. Naturalmente, yo no le desengañé sobre cuales fueron los verdaderos motivos de mi reacción ante aquel atracador. Aquel muchacho que intentó robar en la tienda ahora está en la cárcel y con un pie roto. Siento un poco de simpatía hacia él. Hay ladrones que vienen con un pan debajo del brazo.

1 comentarios:

Marichón dijo...

La propuesta trataba de ponerte en la piel de un personaje de distinto sexo al tuyo y estoy segura de que tu has sido el que mejor lo ha interpretado. No solo te has envuelto en la piel de una mujer, si no en aquella que ademas trabaja fuera de casa, dentro de casa y que tiene encomendada la dificil tarea de educar un hijo. Me ha fascinado la visión valiente y luchadora con la que presentas a tu heroina.

Gracias por el espléndido comentario que has hecho de mi relato. Mi estilo es mas irónico y algo desenfadado, aunque no por eso menos trascendental y comprometido como se puede ver,verdad?. Nuevamente muchas gracias

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