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Florencio Andrés y sus peripecias, por Caura Marín.


Tengo treinta y dos años y tres hijos: Ventura, Pascasio e Isabel Primitiva. Me he quedado viudo. Sólo con “el cielo y el suelo” para mantenerlos, gracias a la maldita guerra de las Españas que se ha llevado a “mi Antonia”, muerta en un bombardeo, para que me ayude a criarlos.

He tenido que dejarlos en el pueblo con la tía Eulogia, que tiene un granero y algo de trigo comerán y marcharme a la sierra de Córdoba a coger aceitunas para ver si saco algo de dinero.  Pero con tan mala suerte que han llegado los “maquis” a la finca del Marqués y nos han cogido presos a todos los campesinos.

A los seis meses y por intersección del Marqués nos han liberado.  He regresado de nuevo al pueblo y resulta que la tía Eulogia ya muy mayor ha fallecido y mis queridos hijos andan por el pueblo como verdaderos vagabundos mendigando comida y comidos de piojos.  Los he lavado y hemos cogido la carretera de Andalucía a pié ya que no tenemos dinero para pagar el billete de tren a ver si el tío Aurelio, coronel del ejercito de caballería.  Nos puede dar cobijo y a mí buscarme un empleo de lo que sea.

A la altura de Mérida un tren de cargas con rumbo a Sevilla nos ha visto tan exhaustos, que nos han dado un poco de trigo y ha permitido que nos montemos.  No creo en Dios pero le doy gracias por no haber tanta gente mala en el mundo.

A  las doce de la mañana hemos llegado a Sevilla a la estación de trenes y otra vez hemos tenido que seguir a pié hasta la casa del tío Aurelio. Que no nos ha recibido como pensábamos.  Me ha dicho: “Sois la sexta familia de mi hermano Antonio que pasa por aquí, bueno estaréis una semana y después tendréis que valeros por sí mismos.  En un pueblo cercano, Tres Hermanas, hay terrenos baldíos y allí podréis construiros lo que sea y buscar  trabajo”.

Me quedé muy decepcionado con lo que nos propuso el tío Aurelio, pero a la semana partimos al Pueblo cercano, a encontrar el terreno baldío y a buscar trabajo.  Pero las cosas no fueron tan fáciles.  Yo solamente sabía trabajar en el campo y a un hombre no los quieren en las casas para hacer las “faenas”. Pasó una semana y nada,  no había encontrado trabajo ni hallado cobijo.  Una buena mujer de raza gitana se apiadó de nosotros y nos dio “techo” y comida.  Éramos diez los que dormíamos en una habitación.  Ella nos indicó que en este pueblo había almacenes de aceitunas y una fábrica para elaborar el yute.

Mi hija mayor, Ventura que tenía once años, empezó a trabajar en uno de esos almacenes, recogiendo las aceitunas que se caían al suelo, yo en la fábrica de yute y los dos pequeños Pascasio e Isabel Primitiva empezaron a ir al Colegio.

Fuimos al Ayuntamiento y preguntamos  qué cuantos metros nos daban de los mencionados terrenos y el funcionario respondió: “para un dormitorio, una cocina y un retrete, pero tenéis que construirlos ustedes mismos”.  De dónde vamos a sacar el dinero.  A mi hija Ventura se le ocurrió una cosa.- Papá porqué no lo  hacemos de adobe  y el techo de paja como yo le construía las casitas a mis muñecas en el pueblo, el suelo se lo podemos poner de guijarros que nos vallamos encontrando, verás como salimos adelante y tendremos una casita para los cuatro. Y así sucedió.

Los trabajos en el pueblo eran por temporadas.  Pero yo no me arredraba y si teníamos que coger los bártulos e irnos a otro sitio dónde hubiese trabajo, nos íbamos.  Nos habían hablado de las Marismas del Guadalquivir donde se cultivaba arroz y necesitaban muchos trabajadores primero para la plantación y cuando ya estaba crecido para la siega.  Y allá que nos fuimos.

Terminó la temporada y otra vez nos marchamos a nuestro pueblo de acogida. Mis hijos fueron creciendo y trabajando también en lo que podían.

En la actualidad tengo un montón de nietos que me piden que les cuente mi venida desde el pueblo.  Mi nieta Sara es la que más me admira y siempre me dice: “abu, no hace falta que superman venga del espacio, para mí eres un superhéroe y no te hizo falta la criptonita”.

2 comentarios:

Carlos Javier Fernández dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
CARLOS J. dijo...

Me gusta mucho esta evocación de la Andalucía rural de posguerra. Hay mucho de cultura popular, de la vida en el campo de la gente sencilla, términos agrarios que ilustran muy bien el tema. Aquellos hombres y mujeres de la posguerra Española (nuestros abuelos) sí que fueron unos héroes de verdad.

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