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Pena de muerte, clamor de campanas, por Marichón Castillo.

Puedo adivinar que clarea un nuevo día. Sólo teniendo como referencia un pequeño tragaluz. Me ha acompañado durante mi corta estancia entre estas húmedas y tristes paredes. Pintadas de color gris azulado, salpicadas con lágrimas y lamentos.

 Lamentos de aquellos que como yo pensamos de forma distinta a lo que se nos pide. De  aquellos que aman y defienden su patria sin más defensa que el folio escrito sin sangre. Aquí estoy yo. Don Emilio Montoro de la Torre.Un apellido tan ilustre que de  poco me ha servido. Pues aquí me veo. Con frío. Con hambre. Con temor.

Me precedieron amigos y familiares. Pienso que en el lugar donde habiten todos iré a  parar yo. Me refugio en ese pensamiento para sobrellevar la pena. Lástima de mi madre. Viuda y sin hijos. Porque así lo decidió aquel que se proclamó amo y señor del pueblo. Coronándose así mismo todo el poder. Jugando con la vida y la muerte como si del  mismo Dios se tratase. Es por él por lo que me hallo en esta tesitura. Con las manos  atadas. Los pies precintados. La boca cerrada. Pero el pensamiento libre.

Se aproximan. Vienen por mí. Percibo el aroma a pólvora. Oigo sus pasos firmes acompañados con la melodía que produce el golpeo de los fusiles contra sus piernas. Este será mi último viaje. Con el sentido de la vista tapado sin voluntad propia. Pero  huelo lo que no me dejan ver. Sé que por el camino que voy he pasado en muchas  ocasiones. Huelo a tomillo y a hierbabuena. Es sin duda el camino de la finca de los Zeliún. Era el lugar preferido de Jesús. Mi mejor amigo de la infancia. Pasábamos horas  y horas caminando para poder entrar en el lugar. Cada uno por una razón diferente.

Jesús estaba loquito por la hija de Damián, el guarda. Le bastaba con verla. Jamás habló con ella. La verdad es que tampoco hablaba mucho conmigo. Lo suficiente para querer pasar todo el tiempo posible con el. Mi intención era bien distinta. Yo estaba loquito por los árboles frutales que tenían y me pasaba todo el tiempo comiendo lo que para mi eran exquisiteces.

No sé que habrá sido de mi mejor amigo. Hace años que no sé nada de él. Un día fui a buscarlo a su casa y me dijeron que toda la familia se había marchado pero sin decirle a  nadie hacia dónde.

El vehículo se paró. Me apeé cuando me lo ordenaron. Antes no. Yo no tenía prisa. Mis verdugos sí. Me despojaron de la venda. Miré al cielo. Y comencé a caminar. Sin mirar hacia atrás.

Con paso seguro pero sin rumbo fijo. No conté cien pasos cuando sentí el ardor en mi pecho. La bala entró y se acurrucó en mi cuerpo como si supiera que estaría mejor dentro que fuera de él.

Caí al suelo consciente de que se me iba la vida. Me la arrebataban. Era en ese momento cuando pensé. ¿Qué será de la enamorada a la que no le confesé jamás mis  sentimientos ? ¿Qué será de los hijos que nunca tendremos ?  ¿Qué será de mi madre? ¿Qué será de mi gente ? ¿Qué será de mi patria? … y yo, pobre. ¿Qué será de mi?

2 comentarios:

CARLOS J. dijo...

Un hombre que sabe que va a morir ¿o que ha muerto ya? hace una reflexión hermosísima y melancólica que evoca su vida y las razones que lo llevaron ante el pelotón de fusilamiento. "Aquellos que defienden y aman su patria sin más defensa que el folio escrito sin sangre" un hombre que va a morir sabiendo de la injusticia de su muerte. qué interesante lo que pasa por la cabeza de un hombre que (no sólo va a morir sino que además va a morir por la mano de otros)en el momento final evoca su infancia, los olores de su vida, su familia, se recrea en su propia desgracia, melancólico, nostálgico, resignado. Qué buenas las historias de personas que han sido derrotadas, que han caído en desgracia. la serena sabiduría que aprenden en la derrota es muy superior a las enseñanzas del triunfador. Que bonita la descripción del ruido amenazante que proviene de la muerte que se acerca "oigo sus pasos firmes...el golpeo de los fusiles contra sus piernas" ese hallazgo descriptivo tan original: "la bala entró y se acurrucó en mi cuerpo..." la amargura y la soledad de quien espera la muerte en una fría mazmorra,el consuelo al menos de ir al mismo lugar "que habitan quienes me precedieron..." y el desvalimiento de quien sabe que pronto dejará de existir "qué será de mí..." es un hombre que en realidad ya está muerto y, como decía Carmen en aquel relato citando a Béquer: "Qué solos se quedan los muertos".

Maria Coca dijo...

Pero qué gran comentario, Carlos!!!!!

Besos a los dos.

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