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Autoterapia agresiva, por Matilde López de Garayo.



-¿Qué desea señora?

-Un cuarto de langostinos, ¡No¡ Mejor medio kilo – Le contesto al pescadero.

Me lanza una sonrisa picarona, dirigiendo los ojos hacia la botella de vino blanco que llevo en la mano. Le contesto con una mueca seca.

-¿De cuáles? ¿De 6.95 € ó 11.95 € ?- Señalo los caros, la ocasión lo requiere.  

Me despido del comerciante que mantiene su sonrisa necia en la cara y me dirijo a mi casa. Meteré la botella en el congelador. En dos horas estará fresca para comenzar la terapia.

He pedido a mi hijo Alejandro, que esté presente durante el proceso, ya que  fue el desencadenante de decidirme ¡por fin! a quitarme el trauma.., Bueno uno de mis traumas.

El detonante se produjo hace  dos noches.

Eran las 3:30 de la mañana cuando percibí una presencia siniestra  en mi dormitorio. Entre sueños entreabrí los ojos y la vi allí. Venía después de tantos años.

De extremidades largas, cabeza pequeña y cuerpo de casi dos metros, la Langosta se inclinaba hacia mí para engullirme.

Por un instante no sabía si me encontraba en los brazos de Morfeo o de su hermano Fantaso, pero al percatarme de la amenaza, me levanté como un resorte, al tiempo, ¡ A Dios gracia!, De que mi hijo se echaba para un lado, si no le hubiera partido los dientes con la cabeza.

Para mantener el equilibrio y no  hacer ruido al aproximarse a mí, había optado por ponerse de rodillas encima de la cama, colocando un brazo extendido hacia delante y la pierna contraria hacia atrás, el flequillo corto y de pelo duro había contribuido a formar aquella silueta que en mi  estado de letargo había confundido con el monstruo.

Todo azorado, por el susto que me había dado, quería  abrazarme para consolarme, y yo entre mucho sofoco intentaba apaciguar mi respiración entrecortada y mis lágrimas.

-Mamá, perdona, sólo quería darte un beso y pedirte disculpas, por haberte despertado hace un rato. A veces no me doy cuenta de lo alta que pongo la música.., 

Cuando creyó que me había calmado abandonó mi dormitorio. Pero ya no pude conciliar el sueño y aprovechando el estado de vigilia, comencé a  analizar la absurda situación, provocada por un absurdo trauma 

Reflexioné sobre  aquel fatídico día en que a mi padre se le ocurrió invitarme a mi hermano pequeño y a mí a una doble sesión de cine. De la primera película ni me acuerdo, la segunda  me provocó tal impacto que me ha durado 36 años. Estuve toda la película  clavándole las uñas a  mi hermano, y el hacia lo mismo conmigo. Los cuerpos muy juntos temblando de miedo.

“¿QUE SUCEDIÓ ENTONCES?” Película inglesa del año 1967.

En una ampliación del metro de Londres, aparece un extraño artefacto. En un primer momento se cree que es una bomba alemana de la Segunda Guerra Mundial. Sin embargo resulta ser una nave espacial con alienígenas en forma de langosta. Con sus poderes, consiguieron dominar  tiempos  atrás a la raza humana, permaneciendo  adormecidas hasta su actual descubrimiento..,

La noche en que tuve la visita nocturna tomé  la decisión`¡Acabaría de una vez por todas con la psicosis!

¡Pues bien! Hoy dos días después de mi creencia de que iba a ser devorada por un insecto venido de otra galaxia, va a desaparecer mi pesadilla.

Llamo a mi hijo, la cena esta preparada. Para él, su plato favorito: huevos fritos, salchichas y muchas patatas, para mi un plato de langostinos. Me he esmerado en su decoración

Enciendo la tele, conecto el disco duro y aparece el directorio las carpetas: fotos, libros, música, películas y otros. Le doy  “seleccionar  películas” y aparecen clasificadas  por temas: Aventuras, bélicas, ciencia- ficción.., Me voy a la última: “terror”, y aparecen por códigos: “T” de terror, y un número correlativo, llego a la T19 “¿Qué sucedió entonces?”, La selecciono, y mientras aparecen los títulos hago mi último intento de escapada, me voy a orinar de puro nervios.Me demoro en volver.

Pero Alejandro ha descubierto la maniobra de huida y ha parado la imagen, cuando me siento me mira como queriéndome decir que no le he engañado, y la pone en marcha. Yo ordeno por enésima vez el plato, la botella de vino y la copa.

Comienza la trama.

Empiezo a pelar los langostinos, me sirvo una copa, las escenas van pasando. El primer hombre enloquecido por el insecto, me como un langostino. Las primeras notas de música de intriga, un trago de vino. La  terapia va entrando bien, tanto en mi cuerpo como en mi cabeza,  ¡Pero que muy bien!

Mi hijo se va sorprendiendo al verme como reacciono, mira la pantalla, mira mi cara, las cáscaras de los langostinos muertos que van creciendo a un lado del plato, la botella que baja de nivel. No puede más y estalla en una sonora carcajada.

-¡Mamá!, es una auténtica chorrada, y.., ¿has estado traumatizada durante tantos años?, ¡si es un bodrio! – Exclama mi hijo. No sé si el  revolcarse en el sofá es parte de teatro o lo hace sinceramente movido por el cahondeo que le está produciendo la película.

-¡Niño! – Exclamo semienfadada- ¡Tu ríete! pero llama al tito y le preguntas cómo nos recogieron a la salida del cine, ¡Estábamos más tiesos que las langostas!-  Comentario que le produce más guasa. Y me empiezo a cuestionar si cambiar  el código de la película, de “T19” a “CO XX”. Es decir de la carpeta de terror al archivo de comedias  y número que le corresponda.

Finaliza la película, los langostinos, el vino, el autotratamiento   y la   sesión gratuita de risoterapia que le he proporcionado a mi hijo.

A pesar de su comportamiento irónico y de burla , yo,  sinceramente estoy orgullosa de mi experimento psicológico. Me he portado como una auténtica heroína. He ganado un pulso a esos bichos asquerosos. Y no volverán a perturbarme.

Esa noche me acosté con el estómago un poco hinchado y con dolor de cabeza, primer indicio de una buena resaca. Como lado positivo, dormí de un tirón, no me hubiera despertado ni la octava plaga de Egipto, traída con el viento del este.

Como comprenderéis, para poder escribir este relato he tenido que volver a ver la película. Parar las imágenes  que me sobrecogieron y analizarlas con frialdad. Cerrar los ojos y escuchar la música que me encogía el corazón. He descubierto que la terapia de hace unos meses ha sido un rotundo éxito.

He estado tentada en varias ocasiones de borrar la película, pero mi veredicto final es: ¡Indultarla!

Ya.., ya.., es que .., ¡Vamos!, ¡Que se ha convertido  en una cuestión  sentimental!.

2 comentarios:

CARLOS J. dijo...

jajaja, a mí me pasó exactamente lo mismo con una película que trataba de un muchacho al que un científico loco le inyectaba a un muchacho veneno de serpiente, sin que éste lo supiera claro, para al final acabar por convertirlo en un hombre cobra con lengua bífida y escamas.Me causó auténtico terror de niño. Hace un par de años volví a verla y me dió la risa.

Carmen Gomez dijo...

Algunas veces sin ser conscientes de haber realizado terapia alguna, resulta que empezamos a ver ridícula una situación que nos ha obsesionado durante años.
pero lo normal es que necesitemos tomar medidas. Felicidades por la forma de contar la historia y por haber conseguido vencer a la langosta.

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