Es cuestión de paciencia, por Marichón Castillo.




Ha llegado el día. Son las ocho de la mañana. Abro la puerta del aula tres en el instituto de enseñanza secundaria obligatoria, Jorge Manrique.

 Allí están. Veinticinco cabezas locas ingeniándose la forma de terminar con mis nervios a la primera de cambio.

No me daré por vencida. He luchado mucho. Por fin, el sacrificio de estar fuera de casa durante tanto tiempo me ha sido recompensado. Estoy en mi tierra. Con mi familia. Con mi gente. Este es mi hogar.

Los alumnos me reciben en plena batalla. Vuelan papeles, Bolígrafos. Lápices. Cuadernos. Incluso el libro de literatura se estampa contra la pizarra pasando a escasos centímetros de mi cara.

 No me asusto. No me vengo a bajo.

 Dejo mis cosas en la mesa. Me pongo delante de ellos para presentarme.

Lo primero que les pido es que apaguen sus móviles y que presten atención a mi exposición.

Les explico en que consiste la materia que les impartiré y  el temario de los dos próximos trimestres.

Siguen sin prestarme atención.

Tampoco les culpo.En plena adolescencia lo que menos les preocupa es quien escribió esto o aquello otro.

Recuerdo cuando yo tenía su misma edad. Las inquietudes que me atormentaban eran la popularidad entre mis compañeros de clase. La vestimenta con la que sorprendería al chico que me gustaba y ser la ganadora de la maquinita de tetris que se encontraba en los recreativos..

No me preocupaba el dinero.No me preocupaba la salud. Tampoco me preocupaba llevarme bien con mis padres.
Transcurren los cincuenta minutos de clase.

He conseguido llamar la atención de tres alumnos.Los demás se han limitado a charlar, reírse y mandarse mensajitos por el wasap.

Lo importante es que yo he conseguido  dar mi asignatura sin sobresaltos. Sin angustia. Sin nervios.

Mañana regresaré a la misma clase. Con el mismo ánimo. Con la misma fuerza.

Quien sabe. Quizás consiga que en lugar de tres alumnos me presten atención trece.

Es cuestión de paciencia.

1 comentarios:

carmen gomez dijo...

Debe ser extremadamente complicado intentar explicar cualquier cosa entre tal explosión de testosterona y progesterona. No es su culpa que no atiendan, es la vida que se abre paso a través de ellos. Los profesores de secundaria tienen el cielo ganado. Me encanta como lo has contado.

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