El Martes, por Carmen Gómez Barceló.


Los ojos de Iker quedaron literalmente pegados al telescopio. Miró a sus compañeros y pusieron en marcha el protocolo.

-Recordad, “No existe alarma”. Cuando salgamos de aquí, cuando se cierre esta puerta, nos olvidaremos de lo que hemos visto. Con un poco de suerte nos volveremos a ver el próximo Martes. Será la señal de que no ha sucedido.

-¿Es todo?-inquirió Iván.

-No hay tiempo de nada más.

Iker, salió el último del edificio, miró al cielo una vez  más…y se fue.

De camino a casa, pensó en su mujer. Esta vez hablaría con ella en serio. No podía demostrar nada, pero intuía el engaño en cada detalle.

Desde aquél día en  el que  llevó a Julia, su mujer a la inauguración del observatorio y le presentó a Iván, su compañero, ella había cambiado. Él no podía decir donde ni cuando, pero estaba seguro de que ambos le engañaban de una forma que él no sabía explicar.

Últimamente, Julia llevaba gafas oscuras. Era imposible verle los ojos. Ver a donde ni a quién miraba.
Se arrepentía una y otra vez de haber brindado su casa a Iván.

Su compañero no había encontrado alojamiento en la isla y desde el día de la inauguración se quedaba en casa de Iker, ya que este se la ofreció mientras que encontraba un sitio donde vivir. Al poco tiempo, Julia se había ido de la habitación conyugal aludiendo problemas con los ronquidos de su marido.

A ella le gustaba dormir con la puerta cerrada a cal y canto, sin embargo  algunas noches cuando él se despertaba y se dirigía a la cocina para tomar un poco de leche, observaba que la puerta de la habitación de Julia permanecía entreabierta.

Le hubiese gustado entrar de golpe para ver no sabía qué, pero su amor propio se lo impedía.

La estancia de Iván en su casa, había conseguido trastornarle de tal forma, que estar allí era una verdadera tortura. Solamente encontraba la paz  cuando llegaba al trabajo y quedaba absorto, observando el cielo a través del telescopio, o intentando descifrar los datos que le proporcionaba la computadora. Esta también se había vuelto loca.

Empujado por los acontecimientos, no tuvo más remedio que permanecer en casa el Domingo y el Lunes. Pensó de repente que quedaban pocas horas para que llegase el Martes. ¿Para qué iba a hablar con ella? Para que le confirmara qué. Para que le desmintiera qué. Total, para qué. Quizás el Martes sea el último día.

Si  finalmente no es el último día, entonces tendré que tomar una determinación. Hablaré al fin con ella y me iré de casa. Pero si después de todo no son más que imaginaciones mías, entonces será al psiquiatra donde me veré obligado a ir.

De todas formas, el Martes será un día clave. Si no es el fin de todo, sí que será el fin de mi tormentosa realidad. 

1 comentarios:

Carlos Javier Fernández dijo...

Carmen creo que te has ajustado muy bien a la propuesta de este último trabajo. insinuar, pero no decir abiertamente, sugerir misterios, pero no darlo mascado al lector. Si fuera una novela este comienzo incitaría al lector a seguir leyendo hasta conocer lo que está ocurriendo. Muy inteligente por tu parte.

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