Colocados encima de la mesita del lado, reposaban su libro de lectura, su tabaco “Sail Regular”, su pipa preferida, (negra, brillante y opaca con incrustaciones de marfil), una botella de Luis Felipe y una copa.
Mientras la chimenea cobraba vida intentó comenzar su ritual. Abrió la bolsa de tabaco, tomando hebras a pellizco, presionó una o dos veces antes de completar la cazoleta, y una vez llena, usó el atacador para alisar la superficie. Después procedió a encenderla con cerillas. Una buena pipa había que encenderla siempre con cerillas.
La copa de brandy era de balón para proporcionar un mayor contacto con la palma de la mano. Introduciendo el pie del vidrio entre los dedos, el licor tomaba la temperatura adecuada.
Normalmente leía una hora, con la sola compañía del crujir de la lumbre. Y finalizaba su jornada con relajación mientras de fondo se escuchaba música clásica.
Desde que se quedó viudo hacia cinco años había conseguido que su vida se desarrollara de una manera ordenada, serena, ubicada en lo propio de su edad. Ese año cumpliría sesenta años.
Entre su disciplina incluía salir todos los días al parque y correr cerca de una hora, parándose a estirar los músculos antes de regresar.
Se duchaba, preparaba una cena ligera y se dirigía hacia la salita de lectura.
Había conseguido ese estado de armonía gracias a muchas horas de estudio de sí mismo, de crecimiento personal, incluso cursos para dominar las emociones.
Pero hoy no podía concentrarse, y cuando más ensimismado estaba contemplando las llamas, más parecían que éstas se burlaban de él.
Se iban transformando en lo que más miedo le daba en estos momentos, en una imagen que amenazaba desestabilizar su ordenada vida. Las llamas amarillas, naranjas, azules y verdes se iban desfigurando para dar paso a los ojos de ella
Esos ojos negros que hacía días le quitaban el sueño, grandes, hermosos, rodeados de unas espesas pestañas, y unas arruguitas que le daban más carácter a su cara. Su nariz pequeña, la piel suave, y unos labios muy sensuales.
Cerraba los ojos para intentar que desapareciera esa mirada y retomaba la lectura sin éxito alguno.
Su corazón empezaba a palpitar y un estremecimiento le recorría todo el cuerpo. No podía comprender que estuviera experimentando semejantes sentimientos, tan vivos, tan intensos.
Le daba vergüenza reconocer que se había enamorado, a su edad, de una mujer que apenas conocía.
Desde hacía días coincidían en el parque, ella leyendo siempre en el mismo banco, a la misma hora y él haciendo los estiramientos en el banco contiguo. Se miraban, ella le sonreía e instantes después reanudaba su lectura.
Esta tarde Clara se acercó a presentarse, le tendió la mano con una calidez que le desconcertó. Empezaron con una conversación superficial, poco después hablaban de cuestiones que Guillermo jamás hubiera pensado compartir con una desconocida.
Anochecía y Clara se excusó diciendo que hoy no podía quedarse más tiempo, quedaron para el día siguiente. Antes de irse, se puso de puntillas y con una distraída sutileza rozó sus labios con los de él.
¡No! No compartiría esto con sus amigos, los que no se pasaban de vulgares se pasaban de racionales. Sólo le quedaba analizar la situación: seguir su vida como hasta ahora, sin complicaciones o lanzarse hacia un futuro desconcertante.
Veía las llamas devorando los troncos pasivos y se preguntaba si su disciplina impuesta voluntariamente no le estaría devorando su vida, su capacidad de sentir, de amar.
La pipa se apagó abandonada en la mesa, leyó la misma página varias veces y la copa descansaba olvidada. La hora de lectura pasó sin darse cuenta.
Tomó por fin una decisión: ¡Bajo ningún concepto permitiría que sus sentimientos le desequilibraran su tranquila vida!
Sonrió con cierta satisfacción, tomó la copa llena, la sostuvo durante breves momentos en su mano, aspiró su aroma y bebió un sorbo de aquel magnífico brandy.
Comprobó con asombro pero consciente, que el leve rozar de los labios de Clara le había producido un placer superior al licor que dulcemente le quemaba.
Quizás vivir el momento, no sería mala idea.
2 comentarios:
Muy bueno, estupenda la descripción detallada del ritual para ese rato de relax. la pipa, el brandy. Qué difícil decisión: amarrarse al mástil del barco o dejarse arrastrar hacia el canto de las sirenas: enredarse en la vida o ceder al desengaño: latir con el sobresalto de las emociones o vivir embalsamado. ¿Qué hará este señor de sesenta años?....Ahh....
Cuando el amor irrumpe en tu vida, más vale que no haya cosas que se puedan romper. Arrasa como el caballo de Atila. Es capaz de romperle los esquemas a cualquiera, incluso a un señor tan metódico y tranquilo como tu personaje. Precioso relato.
Publicar un comentario