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Un acompañante singular, por Matilde López de Garayo.


Me quedé con las invitaciones en la mano, mi amiga no podía asistir.

 Era una lástima desperdiciar la ocasión de escuchar un buen concierto. Miraba las cartulinas y les daba  golpecitos  contra una mano, mientras  pensaba a quien podía invitar.

María, Jaime, Lola.., ¡Santi!,  Santi seria una buena elección

Conociéndole, me empapé en la wikipedia las características del piano, y la flauta. ¡Lástima, que no conocía las obras que iban a interpretar!, Hubiera sido magnífico exhibirme delante de él. Siempre le gusta contarme historias de lo que ha leído o aprendido cuando coincidimos en las escaleras.

Me encantan esas gafas que le dan un aspecto tan intelectual, Es de esas personas interesadas por  la cultura.

A las siete y media llamé a su puerta, me abrió Rocío y me dijo:

-Está preparado desde hace una hora, ¡nerviosito perdido! – Salió de detrás de ella  y se despidió con un beso. Nos subimos al coche.

-¡Ponte el cinturón!

-Siempre me lo pongo, ¿sabes cuánta  gente se ha salvado gracias a llevarlo puesto?- Me dice, inclinándose  hacia delante para que le oiga mejor, a la par que mete el enganche.

-¡No sé Santi!, Pero  conozco a gente que le ha salvado, y otras que por desgracia han muerto por no llevarlo puesto.- Pienso que es un comentario duro, pero a veces, saber que el peligro está cerca   los hace ser más prudentes.

-¡Oh!, ¡Vaya! – Y se queda durante un rato en silencio. Le ha debido afectar. Aunque no alcanzo a verlo siento que me mira con sus gafitas un poco triste. Soy una bocazas. Intento quitarle importancia y comienzo con mi lección aprendida.

-El concierto es de piano y flauta travesera, no sé si te lo había dicho. He estado leyendo, ¿sabes que el piano se  inventó en el 1.700?, aunque sus antecesores eran la cítara, el monocordio, el dulcémele, -que es un instrumento de los Apalaches- el “calvicardio”.

-Es clavicordio- me corrige enseguida.

-Ya lo sé- Me ha pillado, ¡Dichosa dislexia!, Pero no quiero quedar mal y le contesto - ¡Era para probarte! – Y a la vez pienso: No necesita probarme nada, ¡sabe de todo! Y prosigo:

-Es un instrumento de teclado. La flauta se conoce desde hace 25.000 años, se han encontrado como unos silbatos de hueso..,  ¡A ver! ¿Qué sabes tú de la flauta travesera?

-Es un instrumento de madera.

-¿No es de metal, de viento? – Ahora sí que  le estoy pinchando.

-¡No!, ¡No sabes nada!, Es de la familia del clarinete y del oboe-  Y pienso ¡Bueno!, Me está llamando ignorante. Le perdono, porque es lo que es. ¡Menos mal que hemos llegado al Centro Cultura!, Sino me acribilla con su intelecto.

Hay  mucha gente esperando. Pero nos colamos y conseguimos   sentarnos en segunda fila. Los asientos son cómodos. Ya me había dado cuenta en los  otros conciertos. Le miro de reojo, parece que le gusta, porque está muy callado mirando a su alrededor y al escenario, donde solo hay un piano, un taburete, los micrófonos y los atriles con las partituras .

-Yo ya he visto varios conciertos aquí, ¡Son gratis!. Es mucho mejor cuando les ves tocar- Le comento. Salen los músicos, y aplaudimos. Empiezan a tocar. Siento como me emociono al escuchar la flauta, es como si su melodía  me sedara. Me esfuerzo en separar su sonido de las notas del piano. ¿Cómo pueden coordinar la respiración, la intensidad del aire, cada dedo por un lado...?, ¡Bueno! Todos los instrumentos me parecen difíciles de tocar, incluso el triángulo.  Salgo de mis cavilaciones.

-¿Te gusta?- Le digo al oído.

-¡Schisssss!- Me da por contestación. Y mientras trascurre el concierto le miro con disimulo. Está totalmente concentrado, incluso cuando termina una de las canciones susurra: ¡Más, más! Me lo estoy pasando en grande, por la música y por el entusiasmo que detecto en él.

Cuando acaba el concierto la gente empieza a aplaudir y a levantarse. El no se corta y aprovechando que está en el lado del pasillo,  sale al centro y sigue aplaudiendo. Los músicos desde el escenario sonríen y  le saludan. Veo que se emociona porque me mira un poco vergonzoso al darse cuenta que por un instante ha sido protagonista. Cuando nos obsequian con la última cortesía me mira, cree que se la tocan a él

No hablamos en el trayecto de vuelta, es como si nos  deleitáramos aún con el recuerdo cercano de una música que nos ha subyugado.

Llegamos a su casa y llamo al timbre. Le digo:

-Bueno, te vas a apuntar a otro.

-¡Pues claro!.

Rocío nos abre en bata y le pregunta - ¿Te ha gustado? -  Le da un beso. El sólo le contesta con varios movimientos afirmativos de cabeza.

-Gracias, Matilde. ¡Mira que..!, ¡En vez de irte a tomar cervecitas..!

-Ha sido un placer- y le guiño un ojo a Santi, él me contesta con un gesto de complicidad.

Antes de que cierren la puerta veo como Rocío se inclina para volver a besar a su hijo de nueve años.   

2 comentarios:

Carmen Gómez dijo...

El dato ha estado bién oculto hasta el final. Leyendo este relato os he acompañaqdo al concierto. Incluso he disfrutado de la música. Santi es un gran tipo.

Carlos Javier Fernández dijo...

Muy bien contado y muy ameno.Me parece genial que un niño pequeño se interese por la música clásica. Yo he ido algunas veces al teatro de la maestranza a escuchar algún concierto y para mí un lugar donde se cita un público absolutamente respetuoso y una orquesta que va a proporcionar a ese público alimento para el alma es un acto que, para mí, representa el culmen de la civilización. (perdonad la cursilería pero ahí queda eso, jeje).

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