La vecina venida de Cuba, por Caura Marín.


Era alta, se podía decir que desgarbada, pero muy elegante. Vivía en una casa muy pequeña con muebles muy buenos apilados en los rincones, que había traído desde Cuba en barco ya que su familia era “anticastrista” y había sido expulsada de su país.

Vestía con ropas de los años veinte y treinta y usaba sombreros, algo impensable en un pueblo andaluz de los años cincuenta.

Nunca supimos su nombre. “La Vecina” la llamaba todo el mundo.

La casa muy pequeña se la había alquilado a Carmela la dueña del quiosco de golosinas.

Tenía una buena cualidad, era amante de los niños y de los animales. A Carmela le compraba golosinas, que luego repartía a los niños que jugaban junto a su casa.

 ¡“Vecina”, “Vecina”, “Vecina qué buena eres! les decían todos.

Ella invitaba a pasar a su casa a la pandilla habitual que venían después del colegio de las casas cercanas.

Estaban todos extasiados con esta mujer tan extraña que tenía muchos gatos, pájaros, perros y que dormía en una bañera ya amarillenta con patas de león.  Ellos sólo la habían visto en las películas. Lo que más les llamaba la atención era la mezcla de olores que despedía la casa. Con el jazmín en el patio, los animales y esas aguas de colonias que todavía conservaba, compradas por su difunto marido.
Pero “La Vecina” fue envejeciendo y la misera  paga que recibía de su marido, médico de profesión, se la quitaron.  No tuvo más remedio que empezar a vender esos preciosos muebles a los anticuarios.

Poco a poco solamente quedaron en su casa la bañera, los gatos, los pájaros, un arcón con su ropa metida en naftalina y el poderoso olor a jazmín del patio.

Su salud se deterioró mucho. Entonces empezaron a visitarla las monjas para bañarla y darle de comer. ¡Qué pena de la pobre “Vecina”!

Ella había vivido en la Habana en una casa con jardín y muchos criados, cerca del mar con ese maravilloso olor que desprendían las flores y el mar.  También había asistido a fiestas fastuosas  en las que no faltaban la música, el champám y el penetrante olor de los puros habanos.

Todos lloramos su pérdida, era tan dulce y elegante. El entierro se hizo por suscripción popular, aunque el vecindario era humilde a nadie le costó desprenderse de lo que no podía.

Cuando se reúnen los niños ya hombres y mujeres a los que les daba “golosinas”. Todos la evocan ya que ella con sus pláticas los transportó en su niñez a paisajes exóticos y olorosos de su amada Cuba.

1 comentarios:

Carmen Gomez dijo...

Una persona exiliada debe de sentirse muy triste. Deja atrás sus costumbres, sus olores, sus vivencias, su paisaje...
Tu protagonista intenta adaptarse a su nueva vida, pero transmite una profunda nostalgia de su tierra, sentimiento que caracteriza a los buenos cubanos.

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