Sin duda, fui protagonista del día más importante de alguien a quien conozco muy bien.
Todo comenzó en la primavera del dos mil seis. Era un domingo como cualquier otro, el sol brillaba con intensidad y calentaba de una forma muy agradable, el firme del pueblo aún estaba húmedo por la intensa lluvia del día anterior, las calles olían a pan tostado y aceite, las gentes salían a pasear aprovechando el buen tiempo, podía verse a familias intentando sortear el empedrado de las calles con sus bicicletas o bien a parejas de enamorados besándose con ternura a la vista de todos.
Álvaro estaba en casa de su hermana, esta tenia en su sótano montado una especie de local de ensayo donde a el le encantaba pasar las horas tocando la guitarra y cantando, soñando en cierto modo que era el líder de un grupo dirigido quizás, a una masa minoritaria de seguidores, pero con gran éxito entre ellos.
Cuando llegaba la hora de comer, terminaba el concierto imaginario. Tenía siempre una sensación de vacío cuando desconectaba su eléctrica y apagaba las luces. Subía las escaleras y regresaba a la vida real. Con frecuencia, a medida que subía esas escaleras malditas que le convertían de nuevo en alguien normal decía “algún día, algún día...”
Paso toda la tarde en casa de su familia, se dio cuenta que la realidad tampoco estaba tan mal, su mujer embarazada de treinta y seis semanas le pedía atención para que notase las patadas del bebe que estaban esperando. La cara de Álvaro se iluminaba, sonreía de manera nerviosa, con ansiedad y temor, ponía gestos en los que se podía entender las ganas que tenía de verle la cara a la persona más importante en su vida y la angustia de saber que esa personita reforzaría su personalidad en virtud a la educación que le proporcionaría.
Cuando llego la noche, Álvaro y su mujer marcharon para casa, al llegar la idea era cenar algo y echarse a dormir temprano ya que el tendría que madrugar para ir al trabajo. Estaba en la cocina preparando la cena cuando escucho la voz de su mujer que le llamaba desde el cuarto de baño del dormitorio principal, algo había pasado y se apresuró para averiguar el motivo de la llamada de su mujer. Se la encontró de pie encima de un charco y diciéndole que avisase a la familia porque había roto aguas un mes antes de lo previsto. Sin más así lo hizo. Cuando la familia llegó, Álvaro se dispuso a preparar el macuto del bebe con la gran sorpresa de que su mujer ya lo tenía preparado desde hacía algunas semanas, ¿quizás es que ella ya intuía algo?
Llegaron al hospital en pocos minutos.Reconocieron a su mujer y les dejaron en la sala de monitores, parecía que el bebe aun no estaba preparado para salir.Al poco tiempo de estar allí solos, entro una enfermera diciendo que había detectado en el monitor un descenso en el latido del bebe, la cara de Álvaro paso de color tostado como el café con leche a blanca como la leche sola. Pero no pasó nada, todo quedo en un susto, el primer susto que le daría su hijo y aun no había salido del vientre de su madre.
Paso la noche en el hospital, en una habitación compartida con otra embarazada que llevaba allí encerrada dos días y aliviaba su ansiedad con los cigarrillos que le facilitaba su familia y que ella hábilmente se fumaba en el servicio sin dejar rastro.
Al día siguiente se quedo solo desde las ocho de la mañana hasta las diez, hora en la que empezaron a aparecer los primeros familiares y amigos, ya que a su mujer la habían desterrado a la sala de monitores sin mas compañía que una maquina que le media la intensidad de las contracciones.
Álvaro estaba muy nervioso e impaciente, fumaba mucho y hablaba sin parar con todo el mundo, cada vez que sonaba la megafonía estaba atento por si lo llamaban para poder ir a visitar a su mujer. Eso sucedió a las dos de la tarde.Entró en la sala donde ella se encontraba, esta vez acompañada no solo de la maquina si no de otras parturientas que gritaban sin mucho éxito que les suministrasen la epidural. Álvaro apareció llorando y le explico que la emoción era porque había escuchado el llanto de varios bebes de camino a la sala donde ella se encontraba y estaba deseando escuchar el llanto del suyo. La visita fue muy corta pero a los treinta minutos lo volvieron a llamar por megafonía, esta vez nombraron su nombre y sus apellidos lo que le anunciaba que la llegada de su primerizo era inminente.
Entró en el paritorio y se encontró sorprendentemente a su mujer riéndose y con cara de felicidad, como si la cosa no fuese con ella. Este la miraba admirado y la animaba a seguir empujando, en pocos segundos le vio la cabeza y seguidamente el cuerpo. Estaba sonrosado, cubierto de fino bello y con un llanto dulce y sereno. Ya había nacido, ya estaba aquí. Su mejor melodía, su mejor obra de arte, sin duda, su mejor canción.