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Recordando mis dieciséis años, por Matilde López de Garayo

Voy  andando como todas las tardes, con mis cascos puestos y escuchando el mp3.

Draco, agarrado con la correa a mi cinturón, me hace parar en seco, cada vez que siente la imperiosa necesidad de alzar la patita, es decir, en todos los árboles y farolas de los primeros cuatrocientos metros.

Termina una  canción y empieza la siguiente, ¡ala!, EUROPA de Santana, y como siempre me hace evocar mis dieciséis años.
 Allí estaba yo, bailando con toda mi pandilla en la verbena del pueblo, mirando a unos y otros, y pensando en lo bien que me lo estaba pasando... ¿ en lo bien qué me lo estaba pasando?... ¡bueno!, Eso era hasta que lo estropeaban, poniendo la canción del verano, Europa de Santana.

Se apagaban todas las “bengalas de dicha” que flotaban a mi alrededor y conociendo mi destino iniciaba mi éxodo solitario hasta las sillas vacías, ¡claro! que una se iba a  ocupar enseguida.

Nadie me sacaba a bailar, una y otra noche... ¿porqué?.

Era fea ¡claro!. ¡no había otra razón!, Yo me miraba al espejo y aunque no me devolvía la mirada, una belleza de anuncio, tampoco estaba mal...  Y la guitarra eléctrica sonaba y sonaba.

¡Ñoña!, ¡sería eso!, los chicos me encontraban así, con esos vestiditos anacrónicos que mi madre se empeñaba en hacernos. , ¡no!, ¡no! tampoco, ¡si el pueblo no podía ser más cateto!.

¡Rara! Ya está, ¿quién a mi edad se había leído el Quijote, todas las obras de Shaskespeare, o  las de Lope de Vega?, ¡si hasta había caído “Lo que el viento se llevo”!. Además era la única chica que se atrevía a competir en  natación..,

Y la canción “del” Santana dichoso no se acababa nunca, ¡que larga!, y yo haciendo figuritas con los palillos de las aceitunas,  me comía el coco, en vez de una rosca. Si seguía así, acabaría pobre, pobre de pagar la terapia de autoestima y sin más argumentos que justificara el poqué del interés de los chicos hacia mí.

Bueno, debo de ser sincera una vez me sacó Ángel, el monitor de natación, estaba como un tren, y aunque a mí no me gustase, no cabe duda, que la guitarra se tubo que estropear porqué la canción duro poquísimo. Además yo sólo prestaba atención a sus   palabras referentes a los entrenamientos, Él se inclinaba para hablarme al oído y notaba el calor de sus manos en mi cintura.


Y se van acabando los acordes, y vuelvo a mis cincuenta años, y a mis paseos tranquilos, y me sonrío de aquella chica que ni era fea, ni ñoña, ni tonta, sólo tenía esa inseguridad de una adolescente...

 Y empieza la siguiente canción,“Largo y tortuoso es el camino”, y me veo otra vez sentada en la discoteca.., sentada y sola.. ¡Corcho! Voy a cambiar de música, aunque sea me pongo flamenco.

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