-¿Blancas o negras? Preguntaba él.
-Negras, siempre negras, respondía yo.
-¿Miedo? Me recriminaba.
- Ya ves hijo, prefiero ser cabeza de ratón que cola de león.
-Ya entiendo mamá, es más fácil ir detrás del líder. En el campo empresarial tú serías el asalariado y yo el empresario; Yo tendría dinero, prestigio, poder… Sería élite.
-Quizás, pero yo, dormiría tranquila, no estaría pensando continuamente en los problemas del trabajo y además me ahorraría bastante dinero en gastos de psiquiatra.
Esta escena era habitual en casa casi todos los días a partir de las ocho de la tarde. A esta hora aproximadamente mi hijo Iván llegaba de la facultad y yo disponía de un rato libre. Nos preparábamos para jugar la partida de ajedrez. Una vez sentados, tranquilos, empezábamos nuestro juego.
-¿Preparada para perder, mamá? Preguntaba Iván esbozando una amplia sonrisa.
-No te hagas ilusiones, le respondía yo.
El casi siempre comenzaba sacando el peón que precedía a la reina y lo adelantaba dos pasos.
-Iván, me parece que eres demasiado clásico. Yo saco mi caballo. Empiezo fuerte. Voy a por todas.
Así, entre jugadas maestras por su parte y jugadas totalmente a la defensiva por la mía, se nos pasaba el tiempo.
Los pequeños de la casa, cansados de trastear se acercaban a la mesa donde nos sentábamos y nos preguntaban una y otra vez que cuando terminaríamos, insistían en que tenían hambre y querían cenar. Nosotros, con la mirada fija en el tablero, permanecíamos mudos.
-Mamá, es increíble. Cuando juegas al ajedrez no existes. Te evades del mundo y de nosotros, decía el mediano. Y sobre todo te olvidas de que tenemos que cenar, apostillaba el pequeño.
Yo los oía, pero no los escuchaba.
Así estábamos una hora o dos hasta que alguno de los dos gritaba: ¡ Jaque Mate!
Seguidamente guardábamos sin demora las fichas en una caja de madera y cada uno proseguía con su tarea.
Una tarde, sin esperarlo, Iván se dirigió a mí…
-Ah mamá, que el més que viene me voy.
- ¿Cómo? ¿Qué te vas? ¿A dónde?
-Por favor, no es una tragedia. Ha llegado el momento, quiero irme, tengo que irme.
-¿Porqué? Insisto.
-Porque quiero vivir mi vida. Con lo que gano en el bar puedo pagarme un alquiler y además continuar con mis estudios.
-¿No quieres estar más en casa, hijo?
-No es eso, es que esto se me queda pequeño. Me axfisio, quiero vivir sólo, lo necesito.
Ha pasado un mes, dos, tres… Y no había vuelto a jugar al ajedrez.
Me disponía a preparar el café cuando se me ha ido la mirada al recibidor de la entrada y veo un paquete envuelto en papel sepia. Me acerco y leo una nota: Para mamá de Iván.
Abro el paquete y es un disco para el pc. Meto el disco en el ordenador y aparece en la pantalla un iluminado tablero de cuadros blancos y negros. Pulso la tecla de empezar y oigo una voz que sale del aparato: ¿Blancas o negras?...
-Negras, siempre negras. Y dirijo el ratón hacia la palabra negras.
1 comentarios:
La idea de una madre que juega al ajedrez con su hijo me parece el símbolo feliz y muy poco usual de una relación de conexión "espiritual" madre/hijo, de lo hermosas que pueden ser esas relaciones cuando llegan a madurar de esa manera.
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