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La rosa roja del emperador, por Carlos J. Fernández.

Marco Tulio Agripa entró en el palacio, dispuesto a implorar por la libertad de su joven esposa. Esforzándose por marcar el paso firme caminó, tras el centurión de la guardia, que le conducía a los jardines privados del Emperador. Mientras atravesó la última galería, los bustos de los pasados Emperadores de Roma, parecieron mirarle ceñudos con la pupila hueca de sus ojos de piedra. Dos guardias, apostados a la entrada del jardín botánico, le franquearon el paso y Marco Tulio cerró los puños. Recogió su túnica con fuerza, para que nadie notara que las manos le temblaban. A pocos metros de llegar ante la presencia del César, el aroma balsámico del aire perfumado apaciguó su ánimo sombrío.
El Emperador, se hallaba frente a un arbusto de rosas de Alejandría, y las miraba ensimismado, mientras, con las manos a la espalda sostenía unas grandes tijeras de podar. Al advertir la llegada de Agripa, le saludó levemente con un gesto de la mano sin dejar de mirar hacia el rosal:
- Me gustan las rosas de Alejandría –dijo el Emperador-  sus pétalos son fuertes. Hay otras, tan delicadas, que no puedo acariciarlas sin que se deshagan en mis manos.
-Pero creo que a ti no te interesa mi colección de rosas, a no ser que tú esposa Flavia represente para ti lo mismo que una flor amada.
-Marco Tulio inclinó la cabeza cuando el emperador se giró para mirarle de frente. En su joven vida muy pocos hombres habían conseguido inspirarle temor. Este Emperador; que amaba a las flores y despreciaba a su pueblo, era uno de ellos.
 -César –dijo Marco arrodillándose ante el emperador- Os suplico que dejéis en libertad a mi esposa, el pueblo de Roma clama por su inocencia. Espera de vuestra magnanimidad ese indulto, por mi parte sólo puedo imploraros misericordia.
 -Mi buen Agripa –dijo César mientras le tomaba el brazo para que se pusiese en pie –comprendo tu pesar, pero tu esposa dio refugio a un traidor. Eso está penado con la muerte. Da gracias porque, si aún no he hecho que cercenen su cabeza, ha sido en consideración a tu prestigio como héroe de los juegos de Roma; Y porque no todo está perdido para ella si me traes algo que deseo.
 El brillo volvió a los ojos del joven Agripa que, juró al Emperador, que daría su vida si fuese necesario, para traer al César cualquier cosa que este le pidiese.
 El emperador invitó a Marco Tulio a caminar junto a él: -observa la magnificencia de mis jardines –dijo lleno de orgullo-  aquí he reunido las flores más hermosas del mundo conocido. Allí donde fueron a batallar mis legiones, envié con ellas, maestros botánicos que se ocuparon de buscar las especies más raras y preciosas para mi jardín; yo las he clasificado según su procedencia; aquí hay rosas de Babilonia, narcisos de Samaria, nardos de Judea, orquídeas de la Galia; las flores más bellas y extrañas con las que otros floricultores como yo sólo pudieron soñar. Claro que ellos no tuvieron mi poder.
Creía tenerlo todo, hasta que hace poco escuché en audiencia a Claudio Lépido: el legado, cuya legión, fue diezmada por la caballería nubia, en el desierto de Sudán. Claudio estuvo cautivo en un lugar que llaman el oasis de Nyala. Antes de escapar de allí, pudo ver cómo los nubios cultivan una rosa que reverencian como si fuese sagrada. Dicen que tiene propiedades mágicas, que nunca pierde si se la riega en la manera conveniente, cada cien años. Y para más curiosidad resulta que, al parecer, los nubios la llaman la rosa del Emperador. Tráeme esa rosa y tu esposa quedará libre.
Marco Tulio partió de inmediato, pertrechado apenas para tan largo y peligroso viaje. Atravesó regiones bárbaras, tuvo que luchar contra los hombres y monstruos que, albergan en su seno, selvas y montañas. Abrasado por la sed, atravesó desiertos y fantasmales ciudades de piedras milenarias. Bebió agua oscura, en pozos que no eran más que míseros agujeros en la arena ondulante. Cuando llegó al oasis de Nyala, los beduinos nubios le capturaron, pero pronto le dejaron libre pues su aspecto era el de una criatura andrajosa, a la que el sol habría hecho sin duda perder el juicio; un bárbaro medio muerto que no podía representar un peligro para ellos.
Marco Tulio descubrió el vergel donde se plantaban aquellas rosas del emperador y, camuflado en la noche, se aprestó a robarlas. Un hombre santo, que custodiaba el jardín, le descubrió y a punto estuvo de dar la alarma pero, ante las súplicas de aquel ser ya casi animal, se apiadó y quiso oír su historia. Intuyó entonces el sacerdote que aquel hombre exhausto, era un enviado del destino, y tras contarle el secreto de la rosa le dejó huir con ella.
Cuando Marco tulio retornó a Roma era ya otra persona. Su aspecto parecía el de un hombre mucho mayor, pese a que sólo habían transcurrido unos meses. Los peligros y miserias que había arrostrado en su periplo, habían tallado en su rostro exangüe un rictus de ausencia. Sin embargo, a medida que caminaba hacia el palacio del Emperador, el último rescoldo de fuego aún vivo que anidaba en su corazón, iba cobrando calor y vida.
El Emperador le recibió como siempre en su jardín. La avidez y la codicia por poseer al fin la rosa mágica, desbordaba su ánimo y arrancó de las manos de Agripa el cofre donde traía la flor. Al verla por fin, su felicidad se colmó y estallando de puro entusiasmo, dijo a Marco Tulio que podía pedirle todo aquello que deseara, pues él se lo concedería al instante.
Marco Tulio, cuya grave serenidad contrastaba con la inseguridad juvenil que sintió ante su última visita al emperador, le habló y dijo:
-Ya sabéis César lo que quiero, sólo lo que me prometisteis: la libertad de mi esposa.
- ¡Cuánto lo siento!- dijo el emperador fingiendo pesar- vuestra esposa era una flor muy bella, pero también muy delicada, su salud no pudo soportar las asperezas de la vida en prisión. Murió sin que pudiera hacerse nada. Pero olvídala. Si me dices el secreto del poder de esta rosa, te daré cien mujeres; las más bellas y virtuosas del imperio, pondré Roma entera a tus pies, y compartirás su gloria conmigo.
Marco Tulio apenas pareció conmoverse y con voz firme y serena dijo:
-Señor, como dijisteis, la flor que os traigo es una rosa mágica que da, a quien llegue a merecerla, la vida eterna. Lo único que hace falta para que sus propiedades pervivan es rociarla cada cien años con la sangre de un emperador. Y al terminar de decir tales palabras hundió, de un fuerte golpe, las afiladas tijeras de podar en el pecho del emperador, de cuya herida mortal brotó un cálido torrente de sangre viscosa. Marco Tulio, tuvo tiempo aún de contemplar los últimos estertores del César, cuya vida se apagaba. Lo último que vieron sus ojos espantados, antes de cerrarse para siempre, fue la rosa blanca de los nubios, que Marco arrojó al charco de su sangre imperial. La flor era ahora roja, teñida en la sangre de un emperador que no la merecía. Pero esa sangre Real,  reavivaría por otros cien años la esencia sagrada del poder de la rosa mágica.

3 comentarios:

Carmen Gómez dijo...

Es un relao realmente completo. Está muy bien escrito. Documentado en la época y la historia es preciosa.

Marichon dijo...

Es extraordinario!! Me encanta. He luchado, he caminado y he sufrido con el personaje. HE sentido hasta sed y calor!!. Me ha entusiasmado el relato. La historia es preciosa. El desenlace me parece triste porque no consigue salvar la vida de su mujer, es mas, ella muere sin que este pueda despedirse. Pero el final es sensacional,parece como la ultima escena de una pelicula, donde el espectador se queda con pena por la mujer pero satisfecho por la venganza. Es lo que mas me a gustado de todo lo que te he leido. GENIAL.

CARLOS J. dijo...

Gracias compañeras. partí de una idea inicial, después una idea lleva a otra y todo comienza a encadenarse, quizá lo más importante sea intuir lo que debes eliminar y lo que hay que dejar. no sé si os ocurre a vosotras pero yo he descubierto gracias a este taller, entre otras muchas cosas, que escribir un relato es un proceso apasionante que te hace olvidarte del mundo que te rodea.

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