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El tatuaje de Jaime, por Carlos J. Fernández.

Jaime había cumplido 17 años y lucía en el hombro izquierdo un tatuaje que le habían hecho hacía tan sólo una semana. Pasada la primera sensación de euforia  tras hacer algo que pensó como una reafirmación de su personalidad se sentía confuso. Ahora no sabía si había sido una buena idea o sólo un golpe de efecto de cara a los demás.
Por todo ello lo había mantenido oculto bajo la ropa sin atreverse a enseñarlo a nadie aún. Por fin una tarde se decidió a hacerlo público y se lo mostró a sus amigos:
-“No os había dicho nada pero me hice un tatuaje y quiero que me deis vuestra opinión”. Dijo Jaime recogiendo la manga de la camiseta y mostrando en su hombro el dibujo de un dragón que se mordía su propia cola formando un círculo.
 No se hizo esperar la estridente carcajada de su amigo Félix, un muchacho delgado de pelo rojo. Pero Jaime no se preocupó por aquella reacción porque Félix siempre se reía de todo:
- “¡Qué has hecho tío estás loco!” Dijo Félix mientras reía exageradamente y fingía que su cuerpo se convulsionaba por efecto de la risa.
Jaime observó brevemente la reacción de su amigo con un gesto de resignación.
 - y a ti Luis ¿qué te parece la idea del tatuaje?
Su amigo Luis -que aparentaba ser más serio y reflexivo- había mostrado sorpresa y tras sopesar la cuestión brevemente dijo:
-“ Bueno Jaime la verdad eso es algo muy personal si tú has decidido hacerlo será porque lo has meditado bien”. Pero la verdad es que en su interior pensó que aquello había sido una idea pésima y si no lo manifestó de esa manera es porque había aprendido ya que uno no puede ser demasiado espontáneo ni sincero con sus amigos si quiere mantenerlos como tales.
Sólo faltaba por opinar Alfonso que se acercó a admirar el dibujo en el hombro de Jaime y le dijo:
- “Muy bien Jaime, es muy bonita la serpiente esa, te queda genial.”
- “es un dragón” -corrigió Jaime- , “un dragón que se muerde la cola.”
- “Eso quería decir, un dragón, muy bonito tu dragón, pero nunca nos habías dicho que te gustasen los tatuajes, ¿cómo es que decidiste hacértelo?”
- “No sé…sentí como un impulso”  dijo Jaime
De nuevo estalló la carcajada de Félix a quien sin duda la explicación de Jaime le resultaba muy cómica.
Jaime se despidió de sus amigos y se alejó de la plazoleta escuchando aún el eco de la risa de Félix.
- “La opinión de estos no me sirve” pensó “tienen la misma edad que yo y no saben nada”.

Jaime se dirigió al bar de Quino, un hombre maduro que lucía sendos tatuajes en sus antebrazos. Había pasado muchos años embarcado y ahora era propietario de una taberna donde la familia de Jaime compraba el vino.
Quino estaba haciendo la caja cuando vio entrar a Jaime, le extrañó verlo sin sus amigos.
- “¿Qué tal Jaime?,  ¿Donde dejaste a tus socios?”
Jaime se limitó a enseñarle el tatuaje que brillaba a la luz de las bombillas del local.
- “Buen trabajo”, dijo Quino, “y ¿cómo es que te dio por ahí?”
- “No sé Quino… fue de un día para otro que lo decidí, acababa de cumplir 17 años y no sé….tenía que hacer algo ¿no? tú qué piensas, ¿te has arrepentido alguna vez de hacerte los tatuajes?
- “¿Yo? Qué dices chico, lo raro hubiera sido no hacerlo, estaba en la marina y allí, por aquel entonces, todo hijo de vecino se los hacía.”
 -“Ya Quino, pero la cosa es que ahora me veo raro con esto aquí pintado… para toda la vida.”
- “Nada hijo, eso es como cuando te dejas bigote, al principio te ves raro pero luego te verías ya raro sin él ¿no crees?”
Jaime dio las gracias a Quino y se despidió;
-“No me sirve” pensó mientras salía a la calle “sus tatuajes fueron consecuencia de la presión del ambiente en un lugar donde lo que estaba mal visto era no hacérselos, la decisión fue fácil en su caso.

Jaime se encaminó a la librería de Don Anselmo, un viejo amigo de su padre y todo un erudito. Por las tardes Anselmo se sentaba a la entrada de la librería con un par de amigos para hacer tertulia, era gente por la que Jaime sentía respeto y admiración, hombres ya mayores apasionados por la cultura.  Cuando Don Anselmo vio su tatuaje, exclamó entusiasmado:
- “¡Pero Jaime qué magnifica elección para un tatuaje! Una serpiente uróboros,  nada menos que el símbolo de todo lo que es cíclico y está destinado a renacer eternamente. Uno de mis símbolos preferidos, el eterno retorno, el mito de Sísifo, la serpiente que engulle su propia cola creando el ciclo inacabable, ¡Magnífico! y dime hijo, ¿cómo fue el proceso intelectual que te llevó a elegir el uróboros para tu tatuaje?”
- “Pues… no sé… estaba en el catálogo que me enseñó el tatuador.”
- “Extraordinario!” Dijo otro de los tertulianos “una revelación del inconsciente.”
- “El caso es que yo valoro la opinión de ustedes y venía a preguntarles si creen que he hecho bien con lo de tatuarme… a mi edad.”
-“¡Más que bien!, ¡extraordinario!”, dijo uno, “¡perfectamente normal!”, dijo otro”, “¡luminosa idea!” clamaron todos.
- “Entre los indígenas de América del norte el tatuaje era un ritual que marcaba el paso de la infancia a la edad adulta” Dijo Don Anselmo.
- “Sí Don Anselmo pero la cultura del tatuaje más antigua proviene de la Polinesia” dijo otro
- “ambos se equivocan” terció el último tertuliano “los tatuadores más antiguos son los maoríes de Nueva Zelanda…” y dicho esto estalló una polémica entre los tres hombres que se alzaron de las sillas y comenzaron una airada disputa por imponer cada uno su criterio sobre el de los demás.
Jaime observó que allí nadie había entendido la naturaleza de su pregunta y se marchó, ignorado ya por todos en plena disputa intelectual.
-“ Esta gente habla bien de los tatuajes, pero ellos jamás han llevado uno y estoy seguro de que si alguno de sus hijos se hubiera presentado en casa con el brazo pintarrajeado como yo, se le habría caído el pelo.”

Llegó el momento más difícil que era entrar en casa y mostrarle el dibujito a toda la familia. Sabía que el asunto no iba a caer muy bien allí. Primero se lo enseñó a su hermana mayor quien escandalizada le llamó idiota mientras le recordaba que iba a ser muy complicado quitarse esa cosa del hombro:
- “Ya tengo 17 años” dijo Jaime, “y si he decidido hacerlo es porque lo he meditado bien”
- “Eso es una estupidez, mamá te va a matar”

Su madre nada más entrar en el salón gritó espantada al ver el tatuaje en el hombro de su hijo:
- “No te preocupes mamá, ya tengo 17 años, además debes saber que entre los indígenas de América del Norte el tatuaje marca el paso de la infancia a la edad adulta y…”
-“no se puede ser más tonto” le interrumpió su madre mientras llamaba a gritos al padre.
Cuando su padre llegó al salón y entendió lo sucedido le gritó:
-“¡y ahora cómo te vamos a quitar eso!…lo que cueste el tratamiento saldrá de tu paga”
- “no te preocupes papá, un tatuaje es como tu bigote, al principio se ve uno raro pero después se vería raro si no lo llevase.”
Jaime se fue a la cama sin cenar esa noche y castigado indefinidamente sin salir, sin paga y sin nada. Antes de dormirse tuvo tiempo de reflexionar que la edad adulta significaba que uno debía ya tomar sus propias decisiones y tenía que asumir las consecuencias de los posibles errores.  Pero lo que sobre todo había aprendido con aquello es que una vez que uno ha tomado sus propias decisiones nada bueno se saca ya preguntando a los demás.

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