Delirios de fiebre, por Matilde López de Garayo

-¡Pardiez, Sancho!, ¡Qué estos no son los paisajes de Castilla!.- Resopló Don Quijote, cansado de bajar una loma blanca y lisa- ¿No seremos víctimas de un conjuro?, ¡Mire que no se vislumbran las vides, ni los restos de la última cosecha  de trigo?,¡Ni siquiera esta blancura que pisamos procede de la nieve, ¡Rocinante no deja huellas en el terreno!.

-Mi señor, no quiero alarmarle más de lo que está ya vuesa merced, pero eso mismo estaba pensando yo.- Presa de pánico, contesta Sancho Panza a la vez que se seca el sudor con el sombrero de paño.

-Me atrevería a decir, que estamos atravesando un inmenso lienzo de una cama, de algún posible gigante..,

-¡Vive  Dios!, Gigantes otra vez ¡no!, Don Alonso, ¿no se acuerda  ya, de la aventura de los molinos?- más bien desventura piensa el fiel escudero, rrascándose la cabeza.

Ajeno a la singular y diminuta pareja, que baja por la rodilla derecha de la niña,  Rufo el gato de la muchacha, con un ágil movimiento salta a la cama y deposita cerca de su manita, un ratoncillo que acaba de cazar.

El felino moteado de blanco, canela y negro mira con preocupación a Mariti, ésta no come desde hace días   y no para de murmurar palabras que él no entiende. Su instinto le dice que algo muy grave le pasa a su ama.

Se queda allí a los pies de la cama, hasta que llega Nana y se lo lleva del cuarto.

-Hágote saber, Sancho que el suelo empieza a moverse, ¡no sé que horrendo destino nos depara esta aventura!

-Perdone Don Alonso, las bestias no muestran aún nerviosismo, ¿no sería más conveniente resguardarse en un lugar seguro?.- Sancho, tiembla de miedo, teme lo peor.

Mariti bajo los efectos de la fiebre los ve cabalgando encima de sus sábanas y cómo se precipitan al vacío cuando mueve las piernas, a pesar de su extremada debilidad. Los bultos que se han formado en el colchón de lana se les  están hincando en todos sus huesos.

Pasa otro día y el gato le vuelve a traer, esta vez una pequeña bicha que ha encontrado en el pajar. Nana desesperada le chilla: ¡Rufo! No molestes más, ¿no ves que está muy enferma?, y llora. Su desconsuelo es total viendo como su hermana cada vez, está más débil y delgada. Con mucho asco reprimido tira la bicha por el balcón.

Nana afligida se acerca a la cama y tomando la manita de la pequeña murmura entre sollozos entrecortados: Te vas a poner bien, te vas a  poner bien  y se mece como queriéndose tranquilizar.

El padre entra en la habitación y con cariño  pone la mano en el hombro de la hija sana.

- Debemos esperar, Nana, es lo que dice el médico, ¡la fiebre seguro que remitirá!, No te asustes de sus delirios,  tu procura que no le falten los paños frescos y que no le moleste el gato, ¡no sé que le pasa a este animal!

Se inclina  hacia la cama y le da un beso en la frente  a su pequeña, luego se marcha del cuarto cerrando la puerta lentamente.

Hace dos semanas estando en la escuela, Mariti se desmayó por la fiebre, cuando le trató el médico ya presentaba un cuadro claro de fiebres de Malta. En los años cuarenta la falta de medicinas y medios económicos hacia que la recuperación de una enfermedad dependiera básicamente de la fortaleza del enfermo.

Esta mañana entra Nana resignada a ver a su hermana postrada en la cama, cuando se encuentra que está recostada revolviendo las sábanas y no parando de decir: ¿Dónde estáis?, ¿Dónde os habéis metido?.

La hermana tarda segundos en darse cuenta que la fiebre ha desaparecido y poco después está abrazando a Mariti, su reacción va de alegría histérica al llanto, el gato, que  se ha colado otra vez en la habitación, suelta la cucaracha que lleva de festín y empieza a maullar alegremente.

- ¿Pero dónde están?,

-¿Quién?

-Pues don Quijote y Sancho Panza, ¡llevan entre mis sábanas varios días cazando ratones y bichas!,

Nana, sonríe y  le intenta explicar que cuando se desmayó estaban leyendo en clase un episodio del Quijote. Durante toda su enfermedad no ha hecho nada más que hablar de ellos, y Rufo desde que ella enfermó le lleva la comida que caza.

Pasan los días y Mariti se va recuperando poco a poco, sobre su mesilla de noche descansa un libro ajado, algo quemado, es de lo poco que la familia ha podido recuperar después de la guerra: “El Ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha”. Para ella será su libro favorito el resto de su vida, en su regazo descansa apaciblemente el gato..

Sin embargo los caballeros habrán buscado nuevos senderos, pues no han vuelto a cabalgar sobre  tan extrañas tierras, y para siempre, Rufo, ha dejado de cazar  para su ama.

1 comentarios:

CARLOS J. dijo...

Todas las familias deberían tener en casa una edición infantil del Quijote. Sancho y Don Quijote son dos personajes muy divertidos y tiernos que encajan muy a menudo con la candidez infantil.

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