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La bailarina aprendiz de escritora, por Rosario Jaenes


A Rosa le regaló su abuela unas zapatillas de ballet y un “tutú”, antes de que  fuera al colegio. Tenía cinco años y todavía no había ido.  Tampoco fue a la guardería; en el pueblo donde vivía los niños comenzaban a ir a los “Parvulitos” a los cuatro, pero ella había nacido en enero y por eso fue un año más tarde.

Rosa había ido al cine antes de tener televisión en casa y había visto a las bailarinas, le encantaban las vueltas que daban como se movían,  como alzaban sus brazos, los giros que daban y lo bien que iban vestidas, siempre fue una niña observadora, soñadora, y muy traviesa. Ella vivía deseando cuando llegaría la hora de subirse al escenario, por eso le decía a su padre: -yo quiero  ser bailarina e ir a clases de ballet-; a lo que su padre le respondía: primero tienes que ir al colegio Rosa.

Llegó la hora de ir al colegio. En “Parvulitos” se avanzaba por cartillas, la primera, la segunda, la tercera, la cuarta y la quinta.  Cuando habías llegado  a la última se suponía que habías aprendido a leer y Rosa en sólo tres meses llegó a ésta. Pero no dejaba de ser traviesa, la maestra la castigaba de rodillas todos los días, pero estaba muy contenta con los rápidos progresos de Rosa y le tenía un gran aprecio. Eso era lo que le decía a su madre: Es la más traviesa de la clase, pero a la que más quiero. Solía decirle: “cuanto te quiero bichico”.

En la clase estaban sentadas de dos en dos. Rosa hacía muchos progresos en la lectura, pero en los números era muy mala.  A su compañera Manolita Córdoba le decía: enséñame a hacer el seis, ya que lo hacía invertido y la buena de su compañera lo borraba y lo escribía bien.

La maestra Doña Luscila era muy peculiar, tenía alrededor de los sesenta años, debajo de su mesa tenía un brasero y para que no se le estropearan las piernas con el calor que desprendían las brasas, se ponía unos cartones adaptados a cada una que sujetaba con dos lacitos.

A los seis años, Rosa  pasó a primero de la Enseñanza Primaria con la Señorita Matilde. Ese año pasó sin pena ni gloria avanzó muy poco. Como no le caía bien la maestra, las calificaciones fueron malas. La maestra llamó a su madre y le dijo que su hija era incorregible.

Al año siguiente, ya en segundo estuvo con la Señorita Mari Carmen, una buena maestra, tuvo buenas calificaciones y aprendió algo de trabajos manuales.

El siguiente año en cuarto tuvo a la Señorita Nieves muy dura enseñando. Pero Rosa avanzó mucho tanto en la lectura, la escritura y las matemáticas. Fue de las cuatro primeras de su clase.

En quinto la Señorita Loli fue la maestra que le asignaron, una histérica pero no con malas ideas. A Rosa la ponía muy nerviosa, pero tuvo buenas calificaciones. Durante ese año vinieron unos representantes de una casa de jabón para lavar la lana. Y propusieron hacer una redacción sobre un “borreguito”, que era como se llamaba la marca de jabón. Rosa ganó el premio, y su madre lavó durante un año los chalecos de lana.  Fue su comienzo como aprendiz de escritora.

Su hermana María, también iba al mismo Colegio, el cual estaba en la parte más alta del pueblo, sin vallar y con unas elevaciones, que durante el recreo jugaban en éstas, lo llamaban jugar a ”los peligros”. María era un modelo de alumna, aplicada, seria en sus estudios y muy responsable. María llegaba a casa con el uniforme impoluto, pero a Rosa le gustaba beber agua en una fuente y todos los días, tenía su madre que lavarle el uniforme. Sólo tenían año y medio de diferencia pero la menor siempre tuvo más talento.

Ya a los doce años pasó a sexto con un maestro y a un grupo mixto, en el que había tres cursos juntos: sexto, séptimo y octavo. Rosa aprendió mucha Geografía, a redactar mejor y mucho catecismo. Don José era de los de la “letra con sangre entra”. Si la sacaba a la pizarra y no se sabía bien el tema  que habïa propuesto a las niñas les pegaba con la regla en los muslos ¡pobre compañera Doris! y a los niños les tiraba de las patillas del pelo.

Comenzaban las clases a las nueve. Formaban, oían el himno nacional y tenían una hora de catecismo todos los días.  Después las otras materias. Sobre todo Geografía, de España y mundial. Fue el año que Rosa empezó odiar las matemáticas.  Ella estaba en sexto y les impartían las de  octavo curso, un fracaso.
        
Ya en séptimo el curso fue más relajado tuvo un maestro, Don Miguel, con dos cursos a sus espaldas: séptimo y octavo. Hizo lo que pudo. Pero  les mandaba lecturas, redacciones, salían al campo con él, criaron un lagarto en una caja con una tapa transparente. Rosa estaba encantada, como era en otro colegio y las clases eran pequeños bungalows. No se formaba, no se oía  el himno nacional y no tenían catecismo. A Don Miguel lo llamaron al orden por esto.

En octavo, se concluía la Enseñanza Primaria. Pasaron a Rosa a otro Colegio. Estuvo medio curso con los de sexto de la Enseñanza General Básica, la llamada E.G.B. y a la mitad del curso la mandaron a octavo de Primaria. Tuvo un maestro: Carlos, no quería tratamientos; él no le enseñó muchas matemáticas, pero sí literatura y hacer murales y  a comentar canciones. En España soplaban tiempos de libertad y Carlos era muy libre según decían el resto de los maestros. Fue el primer año que hizo ejercicio físico, en el colegio nuevo había un gimnasio

A los veinte años, Rosa hizo el Graduado Escolar. Fue brillante en todo, incluso en matemáticas

Al año siguiente se matriculó en el Instituto a hacer el Bachillerato Unificado Polivalente (B.U.P). En primero fue otra vez brillante en todo, menos en las matemáticas. En segundo había Física y Química y matemáticas, lo repitió dos veces, pero leyó mucho y tuvo contacto con el latín que le encantó.  Respiró tranquila cuando hizo tercero de B.U.P., escogió letras, se le atragantaba un poco la filosofía, sobre todo la lógica, pero la aprobó. En C.O.U escogió también letras como asignaturas optativas: latín y griego, aprendió muchísimo, tambíén leyó muchísimo hasta tuvo que exponer lecturas, aunque obligatorias le ayudaron a perder el pánico escénico.

En esa época conoció al hermano de su compañera Pepa, que era profesor de matemáticas, con el que tuvo una breve historia. Pero le prestó libros y la animó bastante a seguir con la lectura y a que continuara estudiando.

 Rosa, siguió con su propósito de ser bailarina y a los treinta y algo fue a clases de baile de salón. En la actualidad escribe algunas “cosillas” y ya no quiere ser la bailarina que subiera a un escenario, sólo aprendiz de escritora.   

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