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En la cueva de La Pileta, por Matilde López de Garayo.


La Cueva de la Pileta se declaró monumento nacional en el 1924.

Se encuentra a 670 metros de altitud, en la vertiente del Cancho de las Mesas en Benaoján, provincia de Málaga.

Aparqué el coche en una explanada ideada para tal fin, a mitad de camino entre la carretera y la Cueva.  Me acompañaba mi incondicional amigo Miguel  y mi hijo Alex de tres años.

Estábamos solos cuando empezamos a subir por un camino-escalera de piedra. Los escalones eran demasiado altos para un crío de la edad de mi hijo, y por lo tanto nos adelantaron más de uno, y más de dos.

Al llegar a la entrada nos encontramos que debíamos esperar al siguiente turno. La gruta tiene un régimen de visitas controladas, para que no exista una afluencia masiva de visitantes. La concentración excesiva de gente  puede afectar la conservación de las pinturas rupestres.

Mientras esperábamos, mi amigo se dedicó a subir por las piedras que rodeaban la cueva, llevándose a mi hijo de compañero de escalada.

-¡Miguel!, Deja de hacer la cabra y baja con el niño. - Le chillaba yo desde abajo.

-Tranquila Tere, está todo controlado y Alex se lo está pasado bomba – me contestaba mientras ayudaba a mi hijo a subir por una piedra casi tan grande como el crio.

Cuando el niño se hubo cansado de escalar, bajaron y  siguieron, correteando uno  tras el otro.

Por fin, empezó a salir el grupo anterior por la pequeña oquedad, y a entrar nosotros por riguroso orden de llegada.

-Buenas tardes, me llamo Jesús y les voy a enseñar la cueva. Antes de comenzar la visita..,- Se quedó unos segundos en silencio, al tiempo,  que se daba la vuelta y cogía del suelo unos candiles de aceite-  Avisarles, que  está prohibida toda la luz artificial, con lo cual – Y empezó a encender las lámparas- Yo llevaré la primera, abriendo el grupo. ¡Usted! Señora - y señaló a una mujer que llevaba chanclas y un atuendo   muy llamativo – Llevará la segunda, y siempre en medio del grupo, ¿eh? Y ¡caballero!, el del niño, le toca  ésta – y señaló la última-   Usted cerrará el grupo – entregando de una manera ceremonial el candil a  Miguel.- ¡En marcha!

Y sin más dilación comenzamos la visita.

 -La cueva fue descubierta por José Bullón Lobato en el 1905. -  Nos explicaba el guía.

-Sería “scout “- le susurré a Miguel. Nosotros habíamos sido monitores en un  grupo scout, y yo precisamente llevaba a los pequeñajos, los de siete a diez años: mis lobatos.

-El movimiento juvenil empezó a usar ese nombre en el 1907, y el tal José ya era mayorcito.., – Me contestó él.

-Tu siempre tan informado, de todas formas, no tienes sentido del humor.- Le repliqué- ¡Soso!

El guía seguía su discurso: que cuando habían descubierto el orificio, actual entrada; que cuantas celebridades  habían  visitado la gruta; que cuantas subvenciones habían conseguido, y con tanto bla-bla, bla-bla, Alex empezó a aburrirse.

Miguel cogió al pequeño y se lo puso en hombros endosándome a mi, la lámpara y la cola del grupo.

Estaba admirando una pintura, en negro, de un pez, que reconocí gracias a una foto que había en mi libro de historia de 3º de B.U.P. cuando empecé a notar que algo nos seguía.

Me puse a la par de mi amigo, le tiré de la manga  y le susurré:

-Miguel, algo nos sigue.

-Nadie se ha quedado atrás, y han cerrado la puerta de la cueva- contestó él. 

-No estoy hablando de personas, es más pequeño, y jadea..

-Dicen que nuestros antepasados eran mucho más bajos que nosotros.- Me contestó con mofa.

-No me asustes, que voy la última. – Yo inspeccionaba mi alrededor y la oscuridad que nos envolvía.

-Si quieres al niño, cojo yo el candil.

-No, ya sabes como tengo la espalda, pero llevo razón. ¡Alguien nos sigue!

-¡Si!, ¡Tú y tu imaginación!, ¿Por qué no te haces escritora de novelas de miedo?

-¡No tiene gracia!- y me volvía levantando el candil para ver si había algo, o alguien. Me agarré a su chaqueta..

-¡Miedica!, ¿Te sientes más segura deformándome el chaquetón? 

Seguimos el recorrido de la cueva y llegamos a una sala donde entre otras pinturas, había una serie de rayas verticales, cruzadas por una horizontal, el guiá decía que podía ser uno de los primeros calendarios de la humanidad.

 Entones algo con pelo y baboso me rozó las piernas. Di un respingo, y secándome la pantorrilla de un manotazo susurré a Miguel: -Ahora me han tocada las piernas.

-¡Estás histérica!, Teresa, quieres calmarte- Y no había acabado de decir esto, cuando la señora de las chanclas pegó un chillido que contagió a más de una.

El aplique de aceite lo llevaba ahora un hombre, que con los nervios, lo zarandeaba de un lado a otro, desfigurando nuestras  sombras en la pared y  provocando un ambiente fantasmagórico. Tres mujeres salieron corriendo, dándose de bruces contra una estalactita y cayéndose al suelo una tras otra.

Encima de ellas un gran perro les lamía la cara, los brazos, los pies, pisoteándolas cuando pasaba  de un cuerpo a otro, moviendo mucho  la cola  de  pura alegría.

Jesús empezó a gritar.- No se alarmen, es Lobato

Yo exclamé-, ¡vaya! con el nombre, ¡qué propio! – intentado no echarme a reir presa del nerviosismo.

Y el guía siguió hablando acercándose al revoltijo de piernas , brazos, patas y rabo- Es un perro abandonado que, de vez en cuando se cuela en la cueva, ¡no sé por dónde!, ¡Señoras! Es manso. No se alteren.- Y empezaron a ayudar a las caídas..

Cuando nos calmamos del extravagante suceso salimos de la cueva. No si antes escuchar las protestas de casi todo el grupo, después de varias amenazas de denuncia e intentos de apalear al perro en la semioscuridad,. Por la forma de reaccionar del canino este parecía que se tomaba el revuelo como un juego, ya que iba y venía, de la oscuridad a la luz, dando pequeños saltos.

A la salida, Miguel, el niño y yo, como quien no quiere la cosa, nos fuimos escabullendo poco a poco hasta que nos escapamos disimuladamente.

Yo murmuraba lo suficientemente alto para que Miguel me escuchara -¡Estas histérica!, ¡Tere, estas histérica!. ¡Hazte escritora!- Burlándome de mi  amigo.

-Como sigas así te devuelvo a tu hijo, que por cierto está dormido y pesa un montón.-Me callé, pero como iba detrás de él, no me cortaba haciéndole burlas y  gestos. Esta vez si llegamos los primeros a la explanada.

Cuando nos hubimos acomodado en el coche nos miramos con una incipiente sonrisa que se convirtió en una carcajada conjunta.

Ya más serena exclamé- Esto lo cuento, ¡vaya! que si lo cuento.

Y Miguel, con ironía me contestó. -¡Seguro!, No me cabe la menor duda.

Arranque el motor del coche y nos pusimos en marcha.  

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