El atasco, por Carlos J. Fernández.

Los paneles informativos de la carretera estaban apagados y ningún indicio de lo ocurrido podía obtenerse de ellos. Los coches que se iban sumando al atasco, encendían sus luces de emergencia, a medida que les era forzoso detener la marcha. Este destello de luces amarillas parpadeantes se extendía en efecto dominó. Como impulsados por un resorte mecánico, los conductores que veían saltar las luces del vehículo que les precedía, hacían lo propio con las del suyo.  Era un efecto lumínico que alternaba luces amarillas y rojas. La luz blanca y azulada de los faros delanteros de los coches se iba imponiendo también, ya que comenzaba el atardecer. El cielo se coloreaba de tonos amarillos y rojizos. Las nubes parecían querer expandirse para cubrir amplias franjas de cielo, pero lo hacían a costa de perder su consistencia. Los filamentos nubosos eran cada vez más rojos y simulaban  los rescoldos de una gran hoguera que se apagaba.
 La longitud del atasco era cada vez mayor y, vista desde arriba, la larga hilera de coches parecía un reptil a cuyo cuerpo se iban añadiendo nuevos segmentos.
 - ¡No esperaba este atasco aquí! –dijo un conductor vestido con un mono azul que acababa de detenerse.
- será un accidente –dijo alguien también con mono de trabajo que se sentaba a su lado.
 En la parte trasera de un Ford blanco, un niño rubio, miraba ensimismado una película de dibujos animados. Su padre aprovechaba el parón para jugar con su teléfono móvil.
 -Pero ¿se puede saber cual es el motivo del atasco? –preguntaba el hombre gordo de un coche rojo, que a duras penas podía moverse atrapado entre el asiento y el volante.
-Vete a saber, los paneles están apagados y aquí nadie te informa de nada –dijo su mujer.
 Unos conductores estiraban su espalda, otros encendían un cigarrillo. Una mujer abrió un libro y se puso a leer en su coche, bajo la huidiza luz del atardecer.
Algunos niños dormían placidamente en sus sillas. Otras personas parecían indignadas con la situación. Un camionero consultaba su hoja de ruta e intentaba comunicarse por radio, con algún compañero que le informase, sobre la previsible duración de aquel atasco. Algunas personas hablaban a través de su teléfono móvil.
 La mayoría de la gente que viajaba en los coches detenidos llevaba puesta la radio. Unos escuchaban programas de noticias y tertulias, mientras que otros preferían escuchar música.
 Todo el mundo se interrogaba sobre el porqué del atasco. Algunos miraban hacía el frente, escudriñando en la lejanía, por ver si pudieran advertir algún indicio que diera alguna idea de lo que sucedía. Otras miradas buscaban luces azules que delataran la presencia de la policía de tráfico, pero nada se advertía. El despliegue ondulante de la inacabable hilera de coches, con sus luces traseras de color rojo, era todo lo que uno podía ver. El cielo iba perdiendo su color y surgía lentamente el dibujo circular de la luna, cuya imagen que aparecía ya latente, cobraba detalle y nitidez lentamente, como una imagen fotográfica en proceso de revelado.
 El atasco continuaba. Algunos conductores no se movían un ápice de sus asientos y mostraban la expresión ausente, como si meditasen o no pensasen en nada. Otros resoplaban impacientes y otros esperaban sin más. Como no se avanzaba algunos habían optado por detener los motores.
 De pronto los coches empezaron a moverse. Al principio muy lentamente, un caminante a buen paso los hubiera dejado atrás. Era como si el cuerpo de aquel enorme monstruo invertebrado comenzara a desperezarse tras un corto sueño. Los conductores dejaron rápidamente lo que estaban haciendo para agarrar el volante y pisar los pedales. Todo volvía a la normalidad. El atasco se deshacía. Nadie sabía porqué se había formado en plena autovía, un día cualquiera, a una hora en la que la circulación era, casi siempre, fluida por allí. No había rastros de accidente ni coches detenidos en el arcén. No había nada más que la carretera libre de obstáculos. Los conductores indignados tornaron su semblante irritado por un rostro inexpresivo e indiferente. El atasco se deshizo tan rápidamente como se había formado. Algunos parecían sorprendidos – probablemente habrían deseado satisfacer su curiosidad- pero a la mayoría, seguramente, dejó de preocuparles de inmediato el motivo de lo ocurrido, una vez que se vieron libres para avanzar a buena velocidad. Era ya noche cerrada y la luna aparecía rotunda en sus contornos, el claroscuro de sus cráteres figuraba como sacado del relieve de un molde metálico de plata.

1 comentarios:

Marichon dijo...

me ha gustado mucho. sobretodo por que has reflejado un atasco pacifico. sin pitadas. sin gran malhumor entre los conductores. todo lo contrario. una lee, otros escuchan la radio e incluso se ponen a jugar con su movil o se fuman un cigarrillo. pero lo que mas me ha gustado ha sido la metafora del monsruo. y es asi, si mirasemos desde el cielo, quizas se viese esa imagen que tu describes. es fantastico.

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